sábado, febrero 13, 2010

El mayor genocidio de la historia (4). Dresde: quemar vivos a ancianos, mujeres y niños (I)


 "A trescientos metros del puesto de salvación de la doctora Stark se encontraba la clínica de Fischertal. Ahí se habían quemado vivas treinta madres con recién nacidos." (Jörg Friedrich, El incendio, p. 18).

"and that is an absolutely devastating exterminating attack by very heavy bombers from this country upon the Nazi homeland" (Winston Churchill, cit. en Charles Messenger, 'Bomber' Harris and the Strategic Bombing Offensive 1939-1945, Londres, 1984, pág. 39).

"that those who have loosed these horrors upon mankind will now in their homes and persons feel the shattering strokes of just retribution" (Gerard J. De Groot, "Why dis they do it?", en The Times Higher Educational Supplement, 16 de octubre de 1992, pág. 18).



Las evidencias documentales son aplastantes y podríamos citar aquí un sinnúmero de ellas. Churchill habla literalmente de "exterminar" (exterminating attack) a los civiles alemanes:

"Existen menos de 70 millones de hunos malvados. A algunos se podrá curar, a los demás hay que exterminarlos."

(Churchill, W. S., His Complete Speeches, Londres, 1974, nota 34, Capítulo V, p. 6384).

Churchill anticipa (abril de 1941) el proyecto de genocidio diseñado y hecho público en los Estados Unidos en julio del mismo año. Todo esto ocurre antes de que pueda hablarse siquiera de holocausto (que comienza a finales de 1942) y en una época en que Alemania busca la paz con Inglaterra (caso Hess, entre otros). A fin de hacer imposible la realización de esta patente voluntad política negociadora de Adolfo Hitler respecto de Inglaterra, habrá que provocar a la Luftwaffe con ataques aéreos contra Berlín sin otro objetivo que el puramente político de aterrorizar a la población, de manera que los alemanes, quienes en ese momento disponen de una superioridad militar incuestionable, respondan con las inevitables represalias y el pueblo inglés se indigne lo suficiente como para aceptar de manera tácita el "plan de exterminio" largamente acariciado por los oligarcas occidentales. Ninguna de las respuestas alemanas buscará asesinar en masa a la totalidad de los civiles ingleses como una estrategia generalizada de guerra. Esta pauta de conducta será adoptada sólo por los "demócratas" acuñados en el molde de la mentalidad veterotestamentaria del anatema. La aviación alemana estaba concebida intelectualmente para atacar objetivos militares; por el contrario, la inglesa se irá equipando y adaptando de forma inexorable a la orientación "técnica" pseudomilitar de matar al mayor número de ancianos, mujeres y niños "teutones". Estos son hechos que se pueden demostrar y que, juntamente con otros que ya hemos analizado en nuestro blog (por ejemplo, el pacto con el régimen genocida de Stalin, con 13 millones de víctimas ya en su haber en el momento en que comienza a recibir la ayuda angloamericana), echan por tierra la versión "humanitaria" de la causa aliada occidental en la Segunda Guerra Mundial.

En suma, el nazismo no era humanitario, pero el antifascismo, comunista o liberal, tampoco.

El tema del "bombardeo incendiario en tapiz" inglés o aliado es esencial a fin de determinar la conexíón entre la voluntad política de exterminio manifestada en determinados ámbitos de la sociedad civil bíblica norteamericana y la estrategia bélica de Londres. Conviene subrayar que dicha voluntad queda acreditada no sólo por la gratuidad de las matanzas aéreas perpetradas contra los civiles alemanes cuando ya la guerra está poco menos que concluida y no caben ni tan sólo las baratas excusas habituales, sino que se confirma de forma apabullante con sólo observar el trato recibido por las poblaciones alemanas expulsadas del Este y Centroeuropa, las hambrunas planificadas de posguerra y el exterminio de los prisioneros militares alemanes desarmados. Son estos hechos los que iluminan el sentido genocida inicial del moral bombing y su conexión con el plan Kaufmann de exterminio del año 1941, culminado en 1945 (plan Morgenthau).

Véase que no añadimos nada nuevo a la información de lo que ya se sabe. Tampoco negamos que Alemania adoptara represalias, en demasiadas ocasiones también brutales e injustificables -y en las postrimerías de Reich ya de forma indiscriminada- como reacción a las actuaciones del enemigo. Nuestra aportación consiste sólo en la interpetración filosófica de unos hechos de sobra conocidos pero que hasta ahora han sido ignorados en su profunda significación política, jurídica y moral. La ideología del Holocausto (Finkelstein) puede ser refutada sin negar que judíos y no judíos, en la última etapa de la guerra (1943-1944), fueron sometidos por los alemanes a condiciones muy duras en los campos de concentración, con desprecio total hacia los "derechos humanos" y grave mortandad de los prisioneros. En consecuencia, hubo genocidio bajo el Tercer Reich. En Rusia, los hebreos fueron asesinados por los Einsatzgruppen sistemáticamente y sin piedad -incluyendo también a ancianos, mujeres y niños- pero siempre con las imágenes de los bombardeos y el texto genocida de T. N. Kaufman memorizado en la mente de los perpetradores, despojados así de todo sentimiento de compasión o moralidad humanitaria hacia sus víctimas. El caos en que se sumió el país germánico en los postreros meses del conflicto, las carestías y las epidemias de un Estado privado de infraestructuras y que afectaron especialmente a las poblaciones de los Konzentrationslager, hicieron el resto. La idea de un holocausto gratuito, carente de toda "causa" pensable que no sea "el mal absoluto" (imaginería teológica), se desvanece ante la simple aplicación objetiva de una hermenéutica crítica a evidencias ya establecidas por los historiadores pero banalizadas por razones político-propagandísticas. Los "derechos humanos", antes de que Hitler empezara a vulnerarlos, habían sido previamente pisoteados por los comunistas de Moscú y, desde hacía más de un siglo, por los liberales capitalistas de Londres y Washington. Berlín hizo suyo el "paradigma moral" de unas potencias que no conquistaron el mundo, precisamente, a base de repartir caramelos entre sus súbditos, esclavos o colonizados.

Para que nos hagamos una idea de la realidad en la que se concretaron los designios genocidas de Churchill, recogemos aquí una descripción, poco menos que alucinante, del bombardeo de Hamburgo (1943): "En pleno verano de 1943, durante un largo período de calor, la Royal Air Force, apoyada por la Octava Flota Aérea de los Estados Unidos, realizó una serie de ataques aéreos contra Hamburgo. El objetivo de la empresa, llamada 'Operación Gomorrah' -atiéndase a las resonancias bíblicas- era la aniquilación y reducción a cenizas más completa posible de la ciudad. En el raid de la noche del 28 de julio, que comenzó a la una de la madrugada, se descargaron diez toneladas de bombas explosivas e incendiarias sobre la zona residencial densamente poblada situada al este del Elba, que abarcaba los barrios de Hammerbrook, Hamm Norte y Sur, y Billwerder Ausschlag, así como partes de St. Georg, Eilbeck, Barmbek y Wandsbek. Siguiendo un método ya experimentado, todas las ventanas y puertas quedaron rotas y arrancadas de sus marcos mediante bombas explosivas de cuatro mil libras; luego, con bombas incendiarias ligeras, se prendió fuego a los tejados, mientras bombas incendiarias de hasta quince kilos penetraban en las plantas más bajas. En pocos minutos, enormes fuegos ardían por todas partes en el área de ataque, de unos veinte kilómetros cuadrados, y se unieron tan rápidamente que, ya un cuarto de hora después de la caída de las primeras bombas, todo el espacio aéreo, hasta donde alcanzaba la vista, era sólo un mar de llamas. Y al cabo de otros cinco minutos, a la una y veinte, se levantó una tormenta de fuego de una intensidad como nadie hubiera creído posible hasta entonces. El fuego, que ahora se alzaba dos mil metros hacia el cielo, atrajo con tanta violencia el oxígeno que las corrientes de aire alcanzaron una fuerza de huracán y retumbaron como poderosos órganos en los que se hubieran accionado todos los registros a la vez. Este fuego duró tres horas. En su punto culminante, la tormenta se llevó frontones y tejados, hizo girar vigas y vallas publicitarias por el aire, arrancó árboles de cuajo y arrastró a personas convertidas en antorchas vivientes. Tras las fachadas que se derrumbaban, las llamas se levantaban a la altura de las casas, recorrían las calles como una inundación, a una velocidad de más de 150 kilómetros por hora, y daban vueltas como apisonadoras de fuego, con extraños ritmos, en los lugares abiertos. En algunos canales al agua ardía. En los vagones del tranvía se fundieron los cristales de las ventanas, y las existencias de azúcar hirvieron en los sótanos de las panaderías. Los que huían de sus refugios subterráneos se hundían con grotescas contorsiones en el asfalto fundido, del que brotaban gruesas burbujas. Nadie sabe realmente cuántos perdieron la vida aquella noche ni cuántos se volvieron locos antes de que la muerte los alcanzara. Cuando despuntó el día, la luz de verano no pudo atravesar la oscuridad plomiza que reinaba sobre la ciudad. Hasta una altura de ocho mil metros había ascendido el humo, extendiéndose allí como un cumulonimbo en forma de yunque. Un calor centelleante, que según informaron los pilotos de los bombarderos ellos habían sentido a través de las paredes de sus aparatos, siguió ascendiendo durante mucho tiempo de los rescoldos humeantes de las montañas de cascotes. Zonas residenciales cuyas fachadas sumaban doscientos kilómetros en total quedaron completamente destruidas. Por todas partes yacían cadáveres aterradoramente deformados. En algunos seguían titilando llamitas de fósforo azuladas, otros se habían quemado hasta volverse pardos o purpúreos, o se habían reducido a un tercio de su tamaño natural. Yacían retorcidos en un charco de su propia grasa, en parte ya enfriada. En la zona de la muerte, declarada ya en los siguientes días zona prohibida, cuando a mediados de agosto, después de enfriarse las ruinas, brigadas de castigo y prisioneros de los campos de concentración comenzaron a despejar el terreno, encontraron personas que, sorprendidas por el monóxido de carbono, estaban sentadas aún a la mesa o apoyadas en la pared, y en otras partes, pedazos de carne y huesos, o montañas enteras de cuerpos cocidos por el agua hirviente que había brotado de las calderas de calefacción reventadas. Otros estaban tan carbonizados y reducidos a cenizas por las ascuas, cuya temperatura había alcanzado mil grados o más, que los restos de familias enteras podían transportarse en un solo cesto para la ropa."  (W. G. Sebald, Sobre la historia natural de la destrucción, Barcelona, Anagrama, 2003, pp. 35-38). Los efectos del llamado "bombardeo moral" habían sido cuidadosamente concebidos, preparados y diseñados por los técnicos británicos del Bomber Command. No se trata, pues, de "efectos colaterales", sino de algo buscado y exitosamente "logrado" con una finalidad política, no militar. Algunas voces se alzaron en Inglaterra contra tamaños abusos, pero no fueron escuchadas incluso cuando se supo que los alemanes, a raíz de estas bárbaras actuaciones, habían endurecido su determinación de seguir resistiendo, puesto que, con razón, no esperaban otra cosa de los vencedores que el exterminio parcial o total. Y pese a que el efecto moral de la acción "estratégica" (?) era el contrario del teóricamente buscado y se traducía en una prolongación absurda de la guerra, los aliados continuaron con el moral bombing hasta el último día de la guerra. De lo que se desprende, a mi entender, que las motivaciones militares aducidas para justificar la masacre -forzar la rendición del pueblo alemán- eran sólo una excusa legitimadora del genocidio que había sido propuesto de antemano por escrito, emprendido tempranamente desde el aire y prolongado con sadismo repulsivo hasta mucho después del fin de las hostilidades.

Dresde como paradigma del genocidio contra los alemanes en su conjunto

La noche del 13 al 14 de febrero de 1945, a las 23.13 h., los aliados occidentales desencadenaron la mayor atrocidad conocida en su directriz estratégica de exterminio aéreo de la población germana. El objetivo fue esta vez la bellísima localidad sajona de Dresde, repleta de refugiados que huían del Este, donde el Ejército Rojo ya había dado muestras de lo que significaba en realidad la supuesta "cruzada antifascista en defensa de los derechos humanos y de la civilización", con millones de víctimas civiles. En Dresde se  trataba de quemar vivos a unos 160.000 ancianos, mujeres y niños acampados en las calles, además de  los 640.000 habitantes de la ciudad. Dresde carecía de toda importancia militar y además Alemania estaba ya completamente derrotada por esas fechas. La masacre no tuvo ninguna justificación racional. Sólo puede explicarse como consumación de una política genocida diseñada por la oligarquía y que empezó a ponerse en práctica ya en 1941 con el  plan del Bomber Command británico de asesinar mediante incineración a 15 millones de civiles. Por las mismas fechas, las autoridades alemanas planeaban trasladar a los judíos a Madagascar, es decir, a la sazón no tenían intención de exterminarlos. Más tarde, ante los cadáveres quemados de centenares de miles de personas inocentes, en algunos casos sus propios familiares, hijos incluso, cuya horrible muerte no podrían ya olvidar, los "nazis" que custodiaban los campos de concentración perderían todo escrúpulo moral con respecto a los detenidos. El mayor ejemplo de inhumanidad se lo dieron al Tercer Reich los "demócratas" y "progresistas", aliados del tirano Stalin. Dresde es sólo el símbolo de lo que representó una de las líneas de actuación en el proyecto de genocidio contra los alemanes, a saber, la mal llamada "guerra aérea" en forma de "bombardeo moral". En el presente post pretendemos demostrar que todos los tópicos con que se ha pretendido justificar las atrocidades de los aviadores británicos ocultan la realidad de una voluntad criminal que queda perfectamente reflejada en Dresde, carnicería gratuita e inútil carente de la más mínima coartada técnico-militar, jurídica o política. Sólo una mente genocida puede agazaparse detrás de un hecho histórico como el bombardeo de Dresde, pero también de todas las actuaciones pseudo militares similares que precedieron y siguieron a ésta. No nos engañemos ya más: se trataba de matar al máximo número de alemanes que fuera posible;  por tierra los comunistas rusos, como auténticas hordas de violadores y asesinos, se encargaban de ello a destajo y con placer; por aire eran los aliados occidentales quienes mostraban al mundo el significado de la palabra "democracia" frente a la "barbarie" nazi. Más tarde, y ya en tiempo de paz, vendrían las hambrunas cuidadosamente organizadas contra los prisioneros de guerra y los civiles de la nación vencida a efectos de conseguir su empequeñecimiento demográfico y amputación territorial. La ofensiva aérea representó, por tanto, sólo el primer recurso en la implementación del "plan Kaufmann" Germany must perish, ideado por Theodore N. Kaufmann antes de que empezara el holocausto y culminado en 1945 por el banquero neoyorkino Henry Morgenthau.

El problema del número de víctimas

Respecto al tema de "Dresden" entendido este término en un sentido amplio, es decir, como imagen simbólica del entero plan británico de terrorismo aéreo contra el pueblo alemán (no contra "los nazis" o los militares alemanes), conviene aclarar primero la cuestión del número de víctimas alemanas totales -siempre de civiles- como consecuencia de los bombardeos incendiarios aliados. A tal efecto nos basaremos en la obra de Friedrich, un autor que, en cualquier caso, no puede ser calificado de "fascista" pues ha investigado "los delitos de Estado del nacionalsocialismo y sus crímenes de guerra" (véase la presentación del personaje en su libro El incendio. Alemania bajo los bombardeos 1940-1945, Madrid, Taurus, 2003). Sigue siendo habitual tropezarse con la cifra de 600.000 muertos, a pesar de que en realidad serían casi el doble, es decir, alrededor de 1.100.000 civiles quemados vivos. En ocasiones, la mala fe de los medios de comunicación "democráticos" lleva a citar la cifra minimizada incluso en la presentación pública del libro de Friedrich, donde en ningún momento se la admite. Es el caso de "El País", que, en "Jörg Friedrich rompe el tabú y presenta a los alemanes como víctimas de la II Guerra Mundial", de 2 de diciembre de 2002, citando a Friedrich se habla de "más de medio millón" de víctimas civiles

http://www.adecaf.com/altres/mesdoc/mesdoc/001rompe%20el%20tabu.pdf

a pesar de que en la mismísima solapa del libro puede leerse la frase "más de un millón de personas". !Pequeña diferencia en el uso de los números humanitarios que, como forma descarada de negacionismo, volveremos a encontrar una y otra vez! Los fariseos "antifascistas" sostienen que no pretenden entrar en una "macabra" contabilidad de cadáveres; ahora bien, exageran hasta el absurdo los "cálculos" de víctimas del nazismo mientras, casualmente, se vuelven extrañamente cicateros a la hora de fijar la "evaluación de daños" perpetrados por el bando "antifascista".

¿Quién empezó?

Otra coartada habitual de los "demócratas". Alemania tiene siempre la culpa. Los "teutones", los malvados "hunos", provocaron la guerra. En enero de 1941, Heinrich Himmler ya advirtió en una conferencia secreta en Wewelsburg que 30 millones de personas serían desplazadas en Europa central y oriental para hacer sitio a colonos alemanes, una pretensión que, de acuerdo con la legislación vigente en la actualidad, constituiría un crimen contra la humanidad. Sin embargo, ya después de la Primera Guerra Mundial, y al amparo de las potencias promotoras de la Sociedad de Naciones, se permutaron griegos por turcos y turcos por griegos para poner fin a un largo contencioso étnico entre estos dos países. En el año 1938, es decir, antes del holocausto, Ben Gurion, fundador del Estado de Israel, consideraba que expulsar a los palestinos de sus hogares para acomodar en su lugar las colonias del "pueblo elegido" era un proyecto totalmente aceptable, y añadía:

"Soy partidario del traslado forzoso, no veo nada inmoral en él"

(David Ben Gurion a la ejecutiva de la Agencia Judía, junio de 1938, Archivos Sionistas Centrales, actas de la reunión de la ejecutiva de la Agencia Judía, 12 de junio de 1938, cit. en Pappé, Ilan, La limpieza étnica de Palestina, Barcelona, Memoria Crítica, 2008, pág. 9 y nota 1).  

¿Es inmoral, empero, el traslado forzoso, si lo propone Heinrich Himmler en beneficio de los alemanes? ¿No lo es si lo propone David Ben Gurion en provecho de los hebreos? Ha llegado la hora, en el pensamiento crítico, de acabar con los dobles raseros. La expulsión de pueblos, en el tiempo en que Himmler la planea, es una práctica aceptada por todos los estados. Nadie la considera entonces un crimen. Hoy ya no la aceptaríamos y, en cualquier caso, no fueron los alemanos quienes la inventaron. Pero los sionistas israelíes pusieron en práctica el Plan Dalet en Palestina después del juicio de Nüremberguna vez aprobada la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y las Naciones Unidas todavía no han condenado -en realidad, ni siquiera lo han mencionado- este delito contra la humanidad ahora ya sí tipificado, mientras las palabras de Himmler sirven, en cambio, para quitar hierro a los bombardeos y justificar a posteriori, en definitiva, los planes genocidas de contra el pueblo alemán.

La pregunta sobre el "quién primero" se desglosa en otras dos: (a) la genérica de quién comenzó a utilizar en el mundo moderno la atrocidad contra civiles como forma sistemática de acción política y militar; (b) la concreta de quién desencadenó en la Segunda Guerra Mundial los bombardeos aéreos específicamente pensados contra los civiles, en el bien entendido de que estamos hablando no de una acción puntual, sino de una estrategia global de guerra. A pesar de lo que sugiere la pseudo historiografía popular evacuada regularmente por Hollywood (y que sustituye en la mente de las masas el rigor de toda ciencia de la historia), hemos de responder rotundamente que en ninguno de los dos casos fueron los alemanes quienes "empezaron". Veámoslo.

Por lo que respecta a la primera cuestión, Inglaterra es la responsable del bloqueo naval que, prolongado de forma alevosa después del final de la Primera Guerra Mundial y hasta el verano de 1919, provocó la muerte por hambre de 800.000 civiles alemanes, la mayor parte de ellos niños. Se trata de las cifras oficiales, pero el libro de Paul C. Vincent The Politics of Hunger habla de 2 millones de víctimas. El nazismo ni siquiera existía. Alemania no había cometido genocidio alguno y su culpabilidad en el desencadenamiento del conflicto sigue siendo motivo de debate, tan poco claro resulta en este punto el Tratado de Versalles. Es evidente que este genocidio, cuya finalidad era la habitual de "matar el mayor número de alemanes posible" (una permanente obsesión anglo-francesa desde el momento en que Alemania despunta como potencia emergente frente a los viejos imperios coloniales occidentales), enseñó a los "nazis" en qué consistía el humanismo y la democracia de la doctrina Wilson. Tenemos que preguntarnos si la siempre subrayada "brutalidad fascista" no será el producto de una enseñanza histórica impartida por fariseos "demócratas" de "mentalidad bíblica". En este sentido, el delegado alemán en el Tratado de Versalles Graf Ulrich von Brockdorff-Rantzau les recordaba a los vencedores: "Los centenares de miles de no combatientes que han perecido desde el 11 de noviembre a causa del bloqueo fueron destruidos fría y deliberadamente con posterioridad al logro de una victoria indudable y segura de nuestros adversarios. Piensen en esto cuando hablan de culpa y reparación" (cit. en Glover, J., Humanidad e inhumanidad. Una historia moral del siglo XX, Madrid, Cátedra, 1999, pág. 98). Son famosas las justificaciones de Keynes en su intento de explicar la prolongación del bloqueo más allá del fin de las hostilidades y sus tristes consecuencias: "En aquél momento, el Bloqueo se había convertido en un instrumento perfectísimo. Había llevado cuatro años crearlo y era el logro más preciado del gobierno; había evocado en su máxima sutileza las cualidades de los ingleses. Sus autores habían llegado a amarlo por sí mismo; incluía ciertos progresos recientes que se perderían en el caso de que se le pusiera fin; era muy complicado, y una amplia organización había establecido poderosos intereses al respecto" (John Maynard Keynes, Dr Melchior: a Defeated Enemy, en Two Memoirs, Londres, 1949, cit. en Glover, J., op. cit., p. 101). Se habla de la exactitud alemana y de las formalidades de la burocracia alemana a la hora de asesinar a los judíos, pero la capacidad  para diseñar las bombas que iban a quemar vivos al máximo número de civiles alemanes, ¿no tiene mucho que ver con esas "cualidades de los ingleses" que ya se pavoneaban con orgullo a la hora de matar rigurosamente de hambre a los niños "teutones"? Y si nos remontamos más atrás en la historia moderna, encontraremos una nación alemana dividida, convertida en campo de batalla de las potencias europeas, y no una Alemania que pueda, de alguna manera, considerarse la causante del trágico desenlace genocida de la modernidad. El propio militarismo prusiano es más una consecuencia que un factor explicativo, porque Alemania sufrirá durante tres siglos las agresiones francesas antes de entender que sólo la fuerza militar podía garantizar la seguridad de su población. A los orígenes de Prusia dedicaremos, en su momento, una entrada en este blog. Baste, por el momento, recordar que el retroceso al pasado no favorece a la causa "humanitaria" de las potencias occidentales, sino que, antes bien, pone en evidencia que el nazismo es el resultado de la doble moral, la hipocresía insufrible y el repugnante fariseísmo de los llamados "demócratas". Más información sobre el libro de Paul C. Vincent y el bloqueo naval británico en:

http://1914-1918.invisionzone.com/forums/index.php?showtopic=587

Cuando Hitler habla del Tratado de Versalles, no se refiere sólo a una cláusulas abusivas: en la memoria de todos los alemanes están los cientos de miles de muertos provocados por el bloqueo una vez que el país se había ya rendido pero Francia e Inglaterra se obstinaban sádicamente en mantenerlo. Los jóvenes que entre 1915 y 1919 conocieron las excelencias morales de la Sociedad de Naciones sentíanse, en parte, como los palestinos actuales cuando se les muestra una película del holocausto. No es difícil deducir lo que pensaran unos y otros. El nazismo fue, ante todo, una gran ola de indignación y desprecio, un recuerdo de la humillación y del asesinato deliberado, frío y calculado, por parte de los mismos puritanos anglosajones que exterminaron a los indios pieles rojas e instauraron la esclavitud como principio ideológico de la sociedad liberal capitalista moderna. Los bombardeos incendiarios ingleses de 1941 no hicieron otra cosa que añadir una evidencia más, por otra parte irrefutable, de que Inglaterra estaba llevando a la práctica el plan Kaufmann de exterminio del pueblo alemán. La política inglesa fabricó el nazismo y, luego, convenció a los alemanes de que Hitler decía la verdad cuando sostenía que Alemania iba a ser sometida a un genocidio si no resistía hasta el último hombre. La historia moderna de Europa, desde la Guerra de los Treinta Años hasta el bombardeo de Hamburgo de 1943, constituía una prueba aplastante de la plausibilidad de esta percepción.

Jaume Farrerons
La Marca Hispànica
21 de febrero de 2010.

Enlaces:

http://tresmontes7.wordpress.com/2010/03/29/dresden-300-000-muertos-no-descansan-en-paz/

AVISO LEGAL

http://nacional-revolucionario.blogspot.com.es/2013/11/aviso-legal-20-xi-2013.html

jueves, febrero 11, 2010

Los ideales fascistas (1)

"Yo amo a los que para hundirse en su ocaso y sacrificarse, no buscan una razón detrás de las estrellas, sino que se ofrecen a la tierra para que ésta pertenezca algún día al superhombre".

(Nietzsche)

¿Cómo? ¿Creyó el fascismo en unos ideales, en unos principios éticos, en unas normas morales y políticas por las que millones de hombres entregaron sus vidas? Esta afirmación puede parecer un escándalo y no tiene nada que ver con la cuestión teórica de si dichos ideales han de ser considerados, o no, válidos en sí mismos. Conviene subrayarlo: el sacrificio nunca convalida lógicamente aquéllo en lo que "cree" el individuo o el grupo. En cambio, sí acredita que dicha creencia es subjetivamente experimentada como válida de forma sincera y comprometida (hasta sus últimas consecuencias en el caso de los fascistas) por quienes la reivindican. La validez lógica de los ideales debe poder fundamentarse en otro plano de la existencia, a saber, el de la práctica teórica. Que, como decimos, unos hombres hayan dado sus vidas por  una determinada ideología no la fundamenta, pero tampoco la refuta.

Idealismo y materialismo como motivos subjetivos de la revolución

Nuestra intención en el presente post es doble. Por una parte, ver las cosas, algo poco habitual, desde la perspectiva ética de los fascistas. Por otra, analizar, de manera preliminar, hasta qué punto los ideales fascistas pudieron tener sentido y fundamento a despecho de las apariencias actuales, muy condicionadas por medio siglo de propaganda antifascista. A nuestro entender, el planteamiento fascista ostentaba, como poco, un sentido racional comunicable argumentalmentePodemos compartir o no, dicha postura, pero en cualquier caso parece dudoso sostener, como se pretende, que la misma nunca fuera una mera locura (véase, por ejemplo, en El hombre rebelde de Albert Camus, el capítulo dedicado a "El terrorismo de Estado y el terror irracional" (Camus, A., El hombre rebelde, Buenos Aires, Losada, pp. 165-174). Por ejemplo, en la p. 166: "Mussolini y Hitler trataron, sin duda, de crear un imperio y los ideólogos nacional-socialistas pensaron, explícitamente, en el imperio mundial. Su diferencia con el movimiento revolucionario clásico consiste en que, siendo herederos del nihilismo, prefirieron divinizar lo irracional, y sólo ello, en vez de divinizar la razón". En conclusión, según Camus: "las revoluciones fascistas no merecen el título de revolución" (ibídem). Al contrario, nuestra idea es que la única revolución real es la fascista, pues sólo el fascismo subvierte los valores vigentes y lo hace en función de un planteamiento racional. Horkheimer está de acuerdo con la primera parte de la frase.

Otro de los argumentos que se utiliza para diferenciar al comunismo del fascismo consiste en sostener que los ideales comunistas no se pueden confundir, por ejemplo, con las "repugnantes ideas" racistas de los nazis. El comunismo, se afirma, luchaba por una sociedad más justa, en la que ya no existieran opresores ni oprimidos, una sociedad igualitaria donde todos los hombres pudieran ser "felices" realizando al mismo tiempo sus "potencialidades" creativas. El fascismo, en cambio, se sostiene, partía en dos a la humanidad, elevaba a los ciudadanos de algunos pueblos a la categoría seres superiores, elegidos para vivir en una especie de "sociedad perfecta", y degradaba otros al rango de seres inferiores, destinados a la extinción. Los crímenes del fascismo, sean cuales fueren, serían así siempre más condenables que los del comunismo, porque éste,  en el fondo, representaría supuestamente la desviación casi accidental de un ideal intrínsecamente correcto, asumible por cualquier "persona normal" en una sociedad democrática. Aquéllo que se cuestiona del comunismo no son, en suma, los ideales, sino sólo los métodos (violentos). Un ejemplo claro de este tipo de falacia es el de ETA: los terroristas pueden reintegrarse cuando quieran a la sociedad liberal, siempre y cuando renuncien a seguir matando gente en nombre de su "bello ideario" marxista-leninista. Para el fascista, en cambio, las cosas son bien distintas: aunque no haya matado a nadie, aunque se limite, incluso, a reivindicar los derechos humanos (conozco el caso por mi experiencia personal en las cárceles), la etiqueta de "fascista" servirá para sentenciar su muerte civil. Cualesquiera que sean los métodos del fascismo, sus ideales resultarían inasumibles per nadie que esté en su sano juicio o se conciba a sí mismo simplemente como una "persona decente" (véase el soldado Ryan). O uno "cree" en la "alegría", en la "felicidad", en el "bienestar", etc., o ya es sospechoso de herejía humanista. ¿Quién, sino un demonio, negaría todo eso que constituye el sustento axiológico de la existencia humana, de la amistad, de "tomar un café en buena compañía" (Farías dice que Heidegger niega todo eso, alucinante), bla, bla, bla?

Naturaleza despiadada del materialismo comunista

Sin embargo, las cosas no son tan sencillas y vamos a demostrarlo. Basta echar una ojeada a la ideología del comunismo moderno, que es el marxismo, para darse cuenta de que éste también condena al dolor y a la muerte a una gran parte de la humanidad, la cual, de forma necesaria, debe perecer según los teóricos comunistas para que "al final de la historia" un grupo de privilegiados disfruten de todos los placeres concebibles en una sociedad plenamente materialista.

Aquí se plantean dos cuestiones:

a/ las etapas históricas por las que, según el marxismo, la sociedad debe pasar de forma necesaria para culminar en el denominado "modo de producción comunista", es decir, en la realización de una utopía de carácter puramente material, hedonista y eudemonista (placer y felicidad como valores supremos);

b/ la exigencia ética de sacrificio y dolor que se impone a otras personas para que tal sociedad futura sin sacrificio ni dolor llegue a realizarse algún día.

Por lo que respecta a la primera cuestión, quisiera recordar aquí un texto de Marx en el que critica un programa político de su tiempo por el hecho de condenar el trabajo infantil. Este revelador fragmento pone en evidencia el despiadado esquema de exterminio que subyace de forma ineluctable a los "bonitos" ideales comunistas. En efecto, Marx considera que el trabajo infantil es necesario para el desarrollo de la sociedad capitalista, cuya plena madurez constituye el requisito a los efectos transitar hacia la siguiente etapa de la evolución histórica (el "progreso"), a saber, el socialismo y, finalmente, el comunismo. Marx se sorprende de que no le hayan entendido algunos bondadosos humanistas de su época: el capitalismo, para Marx, debe existir igual que era menester que existiera el "modo de producción esclavista" en la antigüedad. Los esclavos que, liderados por Espartaco, se rebelaron contra Roma, estaban equivocados, porque su ideal era puramente romántico, representaba ese "buenismo" inconsecuente con el que se intenta justificar propagandísticamente el comunismo ante las masas pero que Marx, de forma brutal, rechaza y condena en sus textos teóricos más esotéricos:

"'Prohibición del trabajo infantil'. Aquí era absolutamente necesario señalar el límite de edad. La prohibición general del trabajo infantil es incompatible con la existencia de una gran industria y, por tanto, un piadoso deseo, pero nada más. El poner en práctica esta prohibición -suponiendo que fuese factible- sería reaccionario"

(K. Marx, "Crítica del programa de Gotha", versión española revisada y ajustada a la revisión rusa de 1953, Madrid, Ricardo Aguilera Editor, 1968, p. 42. El texto original de Marx en alemán es del año 1875).

Marx muestra su desprecio por el derecho y las pautas de conducta éticas en otro texto donde, como ya he señalado en mi ensayo "¿Qué significa ser de izquierdas? (II)", eleva la anécdota anterior a categoría general de actuación revolucionaria ideológicamente sancionada:

"mostrar que era un crimen intentar, por un lado, imponer otra vez en nuestro Partido, como si se tratara de dogmas, ideas que en un período tuvieron algún significado pero que hoy son obsoleto desecho verbal, mientras, por otro lado, volvemos a pervertir la perspectiva realista, que tanto esfuerzo costó instilar en el Partido y que hoy ha encontrado en él su espacio, con el absurdo ideológico sobre derecho y otras basuras, tan comunes entre los demócratas y entre los socialistas franceses"

(K. Marx, citado por Johathan Glover, "Humanidad e inhumanidad. Una historia moral del siglo XX", Madrid, Cátedra, p. 351).

Esta "perspectiva realista" a la que apela Marx es la que llevará a algunos socialistas, como Mussolini, a fundar el fascismo. Porque, en efecto, las contradicciones éticas en las que incurre el marxismo son flagrantes. Desde una posición materialista no se le puede exigir a nadie que se sacrifique por el futuro de la humanidad. La construcción del modo de producción comunista supone, en efecto, no sólo que una parte de esa misma humanidad haya de ser explotada por los capitalistas, los señores feudales y los esclavistas, sino que, además, se le reclama al trabajador que adopte pautas de conducta heroicas, no materialistas, idealistas, a fin de ver realizado un modelo utópico que, por su parte, pondrá fin a todo idealismo, a todo heroísmo, etc., en beneficio del simple "bienestar" de las masas.

El problema del idealismo revolucionario

Los pensadores pre fascistas y fascistas se preguntaban qué diferencia podía existir, en términos morales, entre ser explotado por un capitalista contemporáneo y ser instrumentalizado de facto por los futuros beneficiarios de la revolución, para los que quienes han muerto por ellos son meras cosas que les resultaron muy útiles y gracias a las cuales pudieron llegar a ser "felices". A los ojos de los fascistas resultaba claro que lo moralmente superior (=la pauta de conducta idealista) no podía estar al servicio de lo moralmente inferior (=la pauta de conducta materialista) y que el hombre heroico, el revolucionario de vocación, debía ser considerado, a efectos éticos y axiológicos, más valioso que el "último hombre" (Nietzsche) del modo de producción comunista. Los socialistas que han leído a Nietzsche después de Marx no pueden sino experimentar auténtica repugnancia hacia las proclamas que, en nombre de la "felicidad del mayor número", de la justicia y hasta del "amor", incitan a la violencia política, al exterminio del adversario político y, en definitiva, a un baño de sangre que se legitima a base retórica kitsch sobre "bellos ideales" comunistas de paz universal.

El fascismo, razonando y no entregándose, como pretende Camus, a lo irracional, invertirá los términos: el héroe no puede ser "utilizado" como un medio en provecho del hombre-masa, es decir, del afortunado parásito del final de la historia. Antes bien, el revolucionario dispuesto a morir por sus ideales encarna, frente al "último hombre", un valor en sí mismo, porque representa la más alta expresión de la humanidad hasta ahora conocida. Si el héroe se sacrifica por algo, será por un ser que le trascienda en la escala ética y esa figura no se corresponde ni con Dios (ideario de la derecha) ni con el energúmeno consumista actual que Nietzsche calificara proféticamente de último hombre (ideario de la izquierda), sino con el Übermensch. Esta palabra alemana se traduce habitualmente por "superhombre", pero en realidad hay que entender el Übermensch no como un vulgar "superman", sino como la figura mítica que encarna el salto evolutivo de la especie humana hacia otra figura histórico-colectiva del más alto rango ético. Una figura en que las potencialidades espirituales del hombre se hayan desarrollado al máximo.

Son, por tanto, las contradicciones lógico-morales del socialismo marxista las que conducen al socialismo fascista. Se puede seguir todo el proceso y con ello queda refutada la imputación de irracionalismo. Ahora bien, será necesario analizar en el interior del marxismo, con cierto detalle, dichas aporías y cortocircuitos intelectuales, para entender por qué Benito Mussolini, el dirigente socialista más importante de Italia, decídese a fundar el fascismo. La aportación teórica del ideólogo prefascista Georges Sorel tendrá un carácter decisivo.

De esta cuestión, empero, nos ocuparemos en otro post.

Jaume Farrerons
La Marca Hispànica
7 de abril de 2010

AVISO LEGAL

http://nacional-revolucionario.blogspot.com.es/2013/11/aviso-legal-20-xi-2013.html

 

lunes, febrero 01, 2010

Los asesinos que nos gobiernan

Mas no olvidemos que la violencia no existe y no puede existir por sí sola: está infaliblemente entrelazada con la mentira (Alexandr Solzhenitsyn).
El presente artículo intenta desarrollar un argumento muy sencillo, claro y comprensible para cualquiera que se detenga un minuto a reflexionar. Veámoslo.

Es un hecho que los aliados justificaron la guerra contra la Alemania en la defensa de los derechos humanos frente a la "barbarie nazi". No obstante, también es un hecho que, cuando Alemania invade Polonia, ésta es asimismo invadida por la URSS y, sin embargo, Inglaterra no le declara la guerra a Stalin, sino sólo a Hitler. Es un hecho que cuando Churchill y el dictador soviético hacen causa común contra el fascismo, el régimen comunista ha exterminado ya a 13 millones de personas, mientras que, por el contrario, el holocausto todavía no ha empezado siquiera. Es un hecho que en 1941, mientras los nazis planean trasladar a Madagascar a todos los judíos, y no masacrarlos, los ingleses tienen otras ideas en mente: bombardear las principales ciudades alemanas y aniquilar completamente a sus habitantes, unos quince millones de personas. A tal efecto diseñarán unas bombas incendiarias especiales, pensadas para quemar vivos al máximo número de ancianos, mujeres y niños. Así murieron un millón de alemanes inocentes y además se alargó la guerra de forma innecesaria. Es un hecho que, por las mismas fechas, es decir, años antes de que, según los historiadores oficiales, empezara el Holocausto, se publicó en Estados Unidos un libro donde se proponía la aniquilación total del pueblo alemán. Es un hecho que el plan del Bomber Command inglés semejaba de manera harto creíble la aplicación, en primera instancia, de ese proyecto de genocidio en toda regla y que los nazis, además de difundir el libro entre la población, tomaron buena nota de dichas intenciones abiertamente criminales por lo que respecta al trato dado a los judíos. Es un hecho que los norteamericanos arrojaron una bomba atómica sobre Hiroshima cuando ya sabían que Japón estaba dispuesto a firmar la paz, y que se apresuraron incluso a hacerlo temerosos de que el gobierno nipón se rindiera antes de poder usar ese "maravilloso" artefacto de aniquilación. Es un hecho que EEUU lanzó una segunda bomba atómica en Nagasaki cuando los japoneses ya se habían rendido. Es un hecho que dos millones y medio de alemanes fueron exterminados en la expulsión masiva de sus antiguos territorios del Este, unas provincias que estaban pobladas por germanos desde el siglo XII. Es un hecho que, después de la guerra, los civiles alemanes fueron sometidos por los americanos a una hambruna planificada que provocó la muerte de millones de inocentes, y otro tanto puede decirse de los soldados alemanes prisioneros de los franceses y de los norteamericanos, con más de un millón de víctimas. Es un hecho que, en 1948,  los ultraderechistas sionistas expulsaron a los árabes de Palestina y fusilaron a los varones poblado a poblado ante la mirada indiferente de los soldados británicos del Mandato y de los observadores de las Naciones Unidas... Podríamos continuar con la lista de "actos inhumanos", que incluye los 100 millones de víctimas del comunismo en Rusia, China, Corea del Norte, Camboya y otros lugares del planeta. Nos detendremos aquí.

¿Democracia u oligarquía?

Pero, a efectos jurídicos, lo más grave no es tanto que esos crímenes se cometieran, sino que, después de juzgar al nazismo en Nüremberg, no se intentara aplicar las mismas normas y principios humanitarios a los responsables de tales atrocidades; es espantoso que durante medio siglo, cada día, hayamos escuchado la misma cantinela sobre Auschwitz remachando a todas horas la idea fija, obsesiva, machacona, el lavado de cerebro de la infinita maldad de Hitler, mientras el poder "democrático" (=oligárquico), en cambio, no tenía nada que decir sobre los genocidios, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad perpetrados por los vencedores. ¿No resulta un poco sospechoso, en orden a juzgar las motivaciones de la famosa "cruzada antifascista por los derechos humanos" (?), que los políticos del sistema sólo hayan castigado a los vencidos, que única y exclusivamente los vencidos, y sólo ellos, sean los intrínsecamente perversos? ¿No es sorprendente y hasta chocante que dichos políticos, además de dejar impunes los mencionados crímenes, de dimensiones cósmicas, los hayan silenciado sistemáticamente, intentando borrarlos de la conciencia pública? ¿Actuarían así unos auténticos "defensores de los derechos humanos"? Evidentemente, no.

A partir de aquí, podemos empezar a hacernos más preguntas, preguntas incómodas, preguntas, en última instancia, aterradoras: unos políticos capaces de tales contorsiones morales y jurídicas, ¿resultan dignos de crédito? ¿Tenemos que aceptar, siendo así que han cometido durante cincuenta años tamañas manipulaciones, su interesada narración de la Segunda Guerra Mundial? ¿Qué autoridad moral podemos concederles a unos energúmenos fautores de semejantes fechorías? ¿No existiría, cuando menos, el derecho a la duda respecto de lo que nos han explicado sobre los "nazis"? Para mí es evidente que . Esa posibilidad de pensar no se le puede negar razonadamente a nadie en una democracia. Después de analizar las acciones y omisiones de nuestros gobernantes, ya no puedo creer los cuentos que salen de sus inmundas bocazas. Tengo derecho a dudar. Y ellos, sabedores de las consecuencias que se pueden seguir de este derecho generalizado a la duda, han decidido prohibir la duda. Han promulgado leyes que conllevan la prisión, la ruina profesional, económica -y, de rebote, la agresión física, la muerte incluso-, para quienes osen dudar.

Ahora bien, una vez dado este paso por parte de los políticos, mi sospecha, por lo menos la mía,  se convierte en convicción: si, en efecto, con dichos antecedentes, nuestros "representantes" "democráticos" ponen el pensamiento libre fuera de la ley, es que el relato vigente de la Segunda Guerra Mundial debe de ser un fraude. Tales presiones mafiosas les delatan. Los políticos que nos gobiernan tienen muchos "muertos en el armario". Se trata de una evidencia indiscutible. Un mero repaso de los trágicos hechos que jalonan el siglo XX acredita esta afirmación, aparentemente extremada. Carecen, por tanto, estos canallas, de toda solvencia moral a los efectos de esgrimir los derechos humanos como ideología jurídica o principio político legitimador de su dominio. Son peores que los nazis. En tanto que presuntos testigos y depositarios de la validez de una explicación histórica de los acontecimientos, los políticos "democráticos" carecen también de autoridad ética. Cada día que pasa se pone en evidencia con qué clase de truhanes mentirosos estamos tratando, sean del partido que sean; podemos caracterizarlos como mendaces, corruptos, incompetentes y criminales. Todos, sin excepción: la impostura en tanto que pauta de conducta permanente les define.

Los políticos "democráticos" son personajes indignos que trabajan al servicio de la extrema derecha judía, es decir, de una ideología racista y supremacista, obscurantista, retrógrada, supersticiosa, irracional..., que proclama la superioridad divina del pueblo hebreo y pretende someter toda la tierra a una regresión reaccionaria de carácter totalitario e irreversible. Ya lo están haciendo. Los asesinos que nos gobiernan conducen el planeta al desastre. Van a extinguir lentamente todas las culturas, a devastar el ecosistema, a extirpar el "problema" de las diferencias étnicas aplicando un programa masivo de mestizaje; controlan las instituciones, la economía, la prensa, la política, la universidad, la educación...

Es necesario, frente a las oligarquías coloniales que nos gobiernan, organizar la resistencia, informar a los ciudadanos y, sobre todo, no caer en el error de identificarse con los fascismos históricos, porque, en este punto, han ganado la partida. El estandarte de lucha ha de ser el signo solar de una izquierda nacional europea.

Un documento como ejemplo

Tomo en mi mano un texto publicado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU). El órgano que lo promulga es la Convención Internacional para la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial (siglas CERD); en sus artículos 130-133, el redactado reza así:

"Decimocuarto informe periódico que los Estados partes debían presentar en 1998: France. 05/07/99. CERD/C/337/Add.5. (State Party Report). Apología de los crímenes contra la humanidad. (...) 130. Esta infracción ha sido incorporada al párrafo 3 del artículo 24 de la ley sobre la libertad de prensa por la ley de 31 de diciembre de 1987. 131. Según la jurisprudencia, constituye una apología de los crímenes de lesa humanidad la publicación o la apreciación pública que incitan a sus destinatarios a emitir un juicio moral favorable sobre uno o varios crímenes de lesa humanidad y que tienden a justificar esos crímenes o a sus autores. Los crímenes de lesa humanidad previstos en ese artículo se definen por referencia al artículo 6 del Estatuto del Tribunal Militar Internacional de Nuremberg, que figura como anexo del Acuerdo de Londres de 8 de agosto de 1945, y fueron cometidos por los miembros de una organización declarada criminal (SS, Gestapo, cuerpo de dirigentes del partido nazi), o por toda persona reconocida culpable de esos crímenes por una jurisdicción francesa o internacional. Esa definición de los crímenes de lesa humanidad ha sido la escogida por el legislador francés pues, en 1987, no existía aún una definición de los crímenes de lesa humanidad en el derecho interno (véase las novedades que figuran en relación con el artículo 2, sección 1 a)). 132. De acuerdo con jurisprudencia, constituyen crímenes de lesa humanidad los actos racistas, los actos inhumanos y las persecuciones que, en nombre de un Estado que practica una política de hegemonía ideológica, son cometidos sistemáticamente contra personas por pertenecer a una colectividad racial o religiosa, o contra los adversarios de la política de ese Estado. Sólo afecta a los crímenes reconocidos que perpetraron durante la segunda guerra mundial los criminales del Eje, esencialmente la Alemania nazi, así como toda persona que haya actuado por cuenta de esos Estados."

El último pasaje resulta literalmente alucinante. Un organismo que dice promover la lucha contra "toda" forma de discriminación racial sostiene a la vez, sin enrojecer de vergüenza, que el texto legal "sólo" afecta "a los crímenes reconocidos que perpetraron durante la Segunda Guerra Mundial los criminales del Eje, esencialmente la Alemania nazi, así como toda persona que haya actuado por cuenta de esos Estados." (sic)

!No han leído mal! Es así. "Toda" forma, pero "sólo" afecta... Ni se inmutan. Se burlan de nosotros.

El poder se quita la máscara en semejantes ocasiones, y en otras que iremos citando, donde la evidencia del carácter totalitario y criminal de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial queda plasmado negro sobre blanco en letras de molde. El desprecio hacia la Declaración Universal de los Derechos Humanos parece evidente, pues se admite que las víctimas del racismo o de "actos inhumanos" que no sean al mismo tiempo víctimas de las potencias del Eje son ajenos a la norma y, en consecuencia, quedarán desamparadas ante una voluntad de exterminio que las ultraje. Ahora bien, según dicha declaración de la ONU, todos los seres humanos son iguales, de manera que las víctimas de las vulneraciones de tales derechos básicos -independientemente de cuáles sean los perpetradores- también lo son. ¿Son humanos los alemanes? ¿Son humanos los "fascistas"? ¿Son humanos los enemigos de Estados Unidos? ¿Son humanos los palestinos?

Por actos inhumanos habría que entender, entre otros, los perpetrados por potencias como los EEUU (Hiroshima, Nagasaki, hambruna alemana de posguerra, crímenes de guerra contra prisioneros alemanes), URSS (genocidios ucranianos y cosaco, genocidio alemán en los territorios del Este y Centroeuropa, gulag, represión masiva de opositores y no opositores al régimen), Inglaterra (bombardeos incendiarios contra la población civil alemana), Francia (exterminio de prisioneros alemanes), China (hambrunas masivas, represión, genocidio tibetano), Israel (limpieza étnica de la población árabe), etcétera. La ONU "suprime" de un plumazo la posibilidad de que la legalidad, en coherencia con los DDHH, se haga extensiva a tales atrocidades. La frase final del art. 133 sólo se explica porque el legislador es consciente de que es menester restringir el alcance de la norma dado que, en caso contrario, dicha norma podría ser aplicable a situaciones que comprometen al propio poder promotor de tan "humanitario" texto.


Recordemos que la legislación sobre el genocidio incluye preceptos que sancionan la banalización, la justificación y la obstrucción a la justicia en el castigo de este delito sin par (el único que no prescribe):  "Según la jurisprudencia, constituye una apología de los crímenes de lesa humanidad la publicación o la apreciación pública que incitan a sus destinatarios a emitir un juicio moral favorable sobre uno o varios crímenes de lesa humanidad y que tienden a justificar esos crímenes o a sus autores" (sic). Pero, ¿qué representa la norma comentada sino una clara imposibilitación legal de una exigible aplicación igualitaria del tipo legal "crimen contra la humanidad"? ¿No nos conduce esta abominable restricción racista a emitir "un juicio moral favorable" sobre el gulag, Dresde, Hiroshima o Palestina? ¿No constituye la propia norma, por tanto, una muestra de esa misma "apología de los crímenes de lesa humanidad" que presume de combatir?  Imaginemos una ley penal del siguiente tenor: "se considerará homicidio que una persona provoque la muerte de otra persona", y luego se añada: "según la jurisprudencia, sólo se aplicará el tipo citado si se demuestra que el autor del crimen ostenta la ideología X, contraria a la ideología Y del redactor  de la norma". ¿No promovería semejante redactado la impunidad de todo tipo de delitos? Este absurdo jurídico, empero, es el que se refleja en un texto de las Naciones Unidas. Nada más y nada menos que la ONU encabeza la iglesia del neorracismo. Una mofa del derecho y de la moral, un esputo documental de criminales blanqueados por sus propias leyes auto exculpatorias.

!Y estos energúmenos son los que nos llaman "fascistas"!

Redactado completo del texto de CERD:

http://www.unhchr.ch/tbs/doc.nsf/(Symbol)/CERD.C.337.Add.5.Sp?Opendocument

¿Qué se intenta combatir? Escritos como el siguiente; mejor dicho, nuestro derecho a leer toda clase de documentos y a estar, o no, públicamente de acuerdo con lo que en ellos se dice:

http://www.vho.org/aaargh/fran/livres8/RFintroescritos.pdf

El autor del citado, Robert Faurisson, ha sido perseguido, difamado, expulsado de su trabajo, condenado, golpeado, arruinado... Sólo por ello merece todo mi respeto.

Amordazando la libertad de expresión

Dada la distancia temporal que nos separa ya de los hechos, la legislación contra el genocidio, excepción hecha de algunos ex SS ya octogenarios, va dirigida sobre todo a impedir la revisión histórica del pasado. Un pasado fabricado por los "cruzados" "demócratas". De hecho, la norma citada relata expresamente algunos casos que ilustran su nauseabunda aplicación por parte de los políticos sionistas y prosionistas que nos gobiernan.

El propio texto ilustra los casos de Roger Garaudy, destacado filósofo francés, y de Robert Faurisson, profesor universitario de la Universidad de Lyon privado de la licencia docente por exponer públicamente sus razonadas opiniones (siempre discutibles, como es propio del debate científico) sobre las cámaras de gas. Véase:

"136. Esa ley ya ha dado lugar a varios casos de aplicación. Entre ellos cabe citar los siguientes:  - la sentencia de la Sala de lo Penal del Tribunal de primera instancia de París de 27 de febrero de 1998 y el fallo del Tribunal de apelación de París de 16 diciembre de 1998, que condenaron al señor Roger Garaudy por poner en duda los crímenes contra la humanidad y por difamación de carácter racial, a raíz de la publicación de su libro "Les mythes fondateurs de la politique israelienne", pues en él impugna de forma virulenta y sistemática la existencia misma de los crímenes de lesa humanidad cometidos contra la comunidad judía por el régimen nazi;  - el fallo de la Sala de lo Penal del Tribunal de Casación de 17 de junio de 1997 (bull. crim. 236), que recordaba que "si bien la contestación del número de víctimas de la política de exterminio en un campo de concentración determinado no está prevista como tal en las disposiciones del artículo 24 bis de la ley de 29 de julio de 1881, la reducción excesiva de ese número constituye un delito de contestación de los crímenes de lesa humanidad previsto y castigado en virtud del presente artículo, cuando ello se hace de mala fe" (en ese caso, el condenado había distribuido pegatinas con las palabras "Auschwitz: 125.000 muertos");  Ley de prensa y respeto de la libertad de expresión.  142. En varias ocasiones, personas procesadas y condenadas por infringir la ley de prensa de 1881 han presentado demandas contra Francia ante instancias internacionales, basándose en la supuesta violación de su derecho a la libertad de expresión. Dos de los casos merecen particular atención.  El caso Faurisson ante el Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas 143. Profesor universitario hasta 1991, año de su expulsión, el Sr. Faurisson declaró en septiembre de 1990, en una publicación mensual francesa denominada "Le choc du mois", que en los campos de concentración nazis no existieron cámaras de gas homicidas destinadas al exterminio de los judíos. De resultas de esa publicación, varias asociaciones demandaron al Sr. Faurisson ante los tribunales. El 18 de abril de 1991, la Sala de lo Penal del Tribunal de primera instancia de París le declaró culpable de un delito de contestación de crímenes contra la humanidad y le impuso una multa. El tribunal de apelación de París confirmó esa condena el 9 diciembre de 1992. 144. El 2 de enero de 1995, el Sr. Faurisson presentó una comunicación individual ante el Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, en la que mantenía que la ley de 13 de julio de 1990, conocida como "Ley Gassot", en la que se tipifica como delito la contestación de crímenes de lesa humanidad, era contraria a la libertad de expresión y de enseñanza. En su dictamen de 8 de noviembre de 1996, el Comité declaró que el Sr. Faurisson fue condenado por atentar contra los derechos y la reputación de terceros; así, el Comité consideró que la ley Gayssot, tal como se aplicó en el caso del Sr. Faurisson, estaba de acuerdo con las disposiciones del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, y que no se había violado el derecho a la libertad de expresión del Sr. Faurisson."

El texto no cita, porque no existe ningún caso, a nadie que haya sido ajusticiado por abonar los crímenes del comunismo o de las potencias liberales occidentales. El Estado francés, rebosante de cinismo, incluso ha emitido sellos con la efigie de Stalin. Se da el caso de autores que han publicado libros en defensa de este genocida, el mayor carnicero que registran los anales históricos excepción hecha del inefable Mao Zedong:

"!Un organismo del Estado francés, la Lotería, tuvo incluso la inconsciencia de asociar a Stalin y Mao a una de sus campañas publicitarias! ¿A quién se le habría ocurrido utilizar a Hitler o a Goebbels en una operación similar?" (Stéphane Courtois et alii, El libro negro del comunismo, Barcelona, Planeta, 1998, p. 32).

Así, Francia, el presunto país de la libertad de expresión, persigue y condena a investigadores universitarios por cuestionar dogmas blindados judicialmente (como si las sentencias no fuesen revisables aportando, precisamente, hechos probados desconocidos en el momento en que fueron dictadas), pero promueve al mismo tiempo las figuras de los mayores asesinos de masas. En Francia se puede publicar el libro apologético de Udo Martens Un autre regard sur Staline (1994) y el autor no será juzgado por las autoridades. Tampoco generará reacción represiva alguna Staline, vie privée (1996), de Lilly Marcou, a pesar de estar escrito con un estilo obscenamente "hagiográfico" (Courtois, S., op. cit., p. 42, n. 42). No hace mucho, el filósofo Slavoj Zizek vio editada su obra Repetir Lenin, a pesar de que Lenin exterminó a más de 6 millones de sus conciudadanos. ¿Repetirá también Zizek esa parte del programa? Imaginémonos un libro titulado "repetir Hitler". Impensable. La norma legal afecta, como hemos visto, sólo a los "actos inhumanos"  perpetrados por las potencias derrotadas o a los actos que, en relación con tales hechos, se consideren apologéticos o justificatorios de aquéllos. Se puede dar el caso, así, de que un librero o editor sea acusado de genocidio por publicar o vender un volumen donde se cuestiona el número de víctimas de Auschwitz, mientras que, por otro lado, un genocida comunista con las manos manchadas de sangre (Rusia está repleta de esta especie de demócratas), no sólo quedará impune, sino que, sin oposición de los sacerdotes liberales del capitalismo, podrá incluso, con la ley en la mano, reivindicar sus fechorías "revolucionarias" y promover públicamente la "repetición" de la carnicería homicida. !Hete aquí una bonita "educación para la ciudadanía"!

Toda esta esta inmundicia se la tenemos que agradecer al racismo del Estado de Israel y, singularmente, a su red internacional mafiosa de sionistas supremacistas quienes, para colocar un relato fantástico del holocausto en el primer plano mediático y propagandístico, deben negar o banalizar la existencia de otros genocidios o crímenes contra la humanidad -más graves incluso que la propia Shoah- que puedan hacerles "la competencia" en el papel de "víctimas absolutas del mal" y, por lo tanto, en la total impunidad respecto de las atrocidades perpetradas por ellos mismos contra los palestinos o contra cualquier otro crítico del nacionalismo judío de extrema derecha. La ONU es una  casa de putas, el prostíbulo legal de la ultraderecha israelí. Piaras enteras de orondos tocinos encorbatados salen y entran cada día del edificio de la ONU en Nueva York y, además, se sienten felices de existir y hasta nos desprecian, a nosotros, y nos califican de "fascistas" si -como es nuestro deber ético- osamos disentir.  Los sionistas, a este paso, van a convertir el vocablo "fascismo" en un signo de la resistencia contra la opresión. Pero no deberíamos caer en esa trampa, aunque todos nuestros sentimientos nos inclinasen a ello. El neofascismo Gladio, caso de triunfar, hará más o menos lo mismo que aquí criticamos. Los ultras no creían en la democracia, ni en la verdad, ni en la ley. Aunque ni siquiera los verdaderos fascistas llegaron tan lejos como nuestros presuntos "demócratas", tenemos que admitir la existencia de los delitos fascistas cuando resulten reales, innegables, probados... Algo, en ocasiones, difícil de distinguir de la pura propaganda. !Condenemos TODOS los genocidios! Mantengámonos firmes en la defensa de los derechos humanos aunque no creamos en ellos.  Pensemos que algún día los responsables pagarán por sus crímenes, como los canallas genocidas que son, y que les aplicaremos su propia legislación, pero sin la jurisprudencia prevaricadora con que exoneraban a quienes les interesaba proteger en perjuicio del resto de las víctimas.

La complicidad después del hecho

La legislación contra el genocidio no sólo castiga la perpetración de actos genocidas, sino, como ya hemos señalado, y siempre con el fin de impedir cualquier crítica de la versión oficial sobre el holocausto, refuerza el arsenal jurídico del sistema con otro tipo de "delitos de genocidio" que puedan cometer políticos, escritores, investigadores, editores y libreros. Así, la ley penal canadiense, especialmente dura en este sentido, afirma en su artículo 8 (3.77):

"que los delitos de crimen contra la Humanidad incluyen los casos de tentativa, de complicidad, de consejo, de ayuda, de estímulo o de complicidad de hecho. Son igualmente asimilados a los crímenes contra la Humanidad -artículo 7 (3.76)- 'la tentativa, la conspiración, la complicidad después del hecho, el consejo, la ayuda o el estímulo en relación con este hecho'" (Courtois, S., op. cit., p. 25).

Un empresario que publique textos críticos respecto de la narración nurenburguesa y hollywoodiense del Holocausto será así sin más... !reo de genocidio!, tout court. Por otra parte, el nuevo código penal francés da una definición tan amplia del tipo que sólo la "jurisprudencia", con la perversidad prevaricadora que ya hemos ilustrado más arriba, puede limitar sus efectos al nazismo. De suerte que será genocidio "el hecho o ejecución de un plan concertado que tiende a la destrucción total o parcial de un grupo nacional, étnico, racial o religioso, o de un grupo determinado a partir de cualquier otro criterio arbitrario" (Courtois, op. cit., p. 22). Un grupo determinado: ¿los "fascistas" quizá? En este concepto entran holgadamente actos cometidos por el mismísimo Estado francés productor de la norma, por ejemplo contra los prisioneros alemanes a los que maltrató y dejó morir de hambre de forma planificada después de la Segunda Guerra Mundial. O contra los "colaboracionistas" depurados por la Resistencia. Si se habla de tentativa, consejo, ayuda o estímulo, tenemos el libro de Kaufman German must perish, del año 1941, incitando al exterminio del pueblo alemán, y la aplicación concreta de dicha sugerencia en forma del llamado Plan Morgenthau, que se tradujo en esterilizaciones y hambrunas orquestadas por las autoridades de ocupación contra la población civil de la nación vencida. Otro tanto cabe sostener en relación con la expulsión y exterminio de los alemanes del Este (Reichdeustche) y de Centroeuropa (Volksdeutsche) en 1945, en total 3,5 millones de personas asesinadas por el simple hecho de ser de nacionalidad alemana. Y queda asimismo incluida en la noción legal de genocidio la conspiración del Bomber Command inglés enderezada a quemar vivos a 15 millones de civiles alemanes. En definitiva, según su tenor literal y bien entendido que el delito de genocidio no prescribe, los gobiernos norteamericano, ruso, inglés y francés son hoy por hoy reos de genocidio. No obstante, permanecen impunes. ¿Por qué? La única respuesta posible a dicha pregunta es que la clase política "democrática", además de corrupta e incompetente, se nutre de auténticos criminales, de genocidas en los términos que marca la propia legislación que ellos mismos han aprobado pero que aplican única y exclusivamente a los "fascistas" (es decir, muy democráticamente, !sólo a sus enemigos políticos!). Nada de esto se distingue de las pautas de conducta típicas de los estados totalitarios que los "demócratas" dicen combatir.

Pero la cosa no termina aquí. Dado que el código penal español tipifica como delito "la omisión del deber de perseguir delitos o de promover su persecución" (art. 408), mientras que, por otro lado, también tipifica el delito de genocidio (art. 607) y, en tercer lugar, España ha suscrito las resoluciones de la ONU en materia de genocidio, cada día que pasa, nuestros políticos, fiscales y funcionarios se convierten en delincuentes por el hecho de no denunciar y perseguir los crímenes perpetrados por los regímenes comunistas, por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial y por el Estado de Israel.

El hecho de que la ONU no promoviera, tras la caída del comunismo, la persecución de los crímenes contra la humanidad acaecidos desde la época de Lenin, comporta asimismo unas consecuencias insoslayables: los mandatarios de las Naciones Unidas, y en especial a los que ocupan puestos en organismos como el CERD, devienen genocidas por "complicidad después del hecho". También están, como poco, bajo sospecha por el mismo concepto, los gobiernos que autorizaron la concesión de organizar las últimas olimpiadas al régimen chino. Recordemos que Estado sudafricano, con la excusa del apartheid, fue vetado durante décadas en los organismos deportivos internacionales. No se entiende que un Estado totalitario como el chino comunista, que tiene en su haber el exterminio de 65 millones de personas, no sólo no haya sido vetado jamás, sino que a la postre se vea premiado con la sede para la organización del máximo evento deportivo del mundo. No cabe duda de que este acto de legitimación del régimen comunista chino convalida los crímenes contra la humanidad cometidos por el mismo y constituye a su vez un acto delictivo de "complicidad después del hecho, consejo, ayuda o estímulo en relación con este hecho'". En definitiva, la afirmación de que quienes nos gobiernan son unos genocidas no comporta exageración propagandística alguna, sino una pretensión jurídica perfectamente fundamentada en derecho y que sólo la complicidad jurisprudencial corrupta de los órganos judiciales del sistema impide ventilar. A partir de ahí podemos ya deducir qué valor moral y jurídico ostenta la persecución del racismo, la xenofobia, el nazismo y el "fascismo" (=pensar) en nuestra sociedad "democrática".

Por este motivo, desde aquí, proponemos como gran tarea del siglo XXI la celebración en Nüremberg de un nuevo juicio por crímenes contra la Humanidad, un proceso penal universal que castigue no sólo los delitos de lesa humanidad que se cometieron en el siglo XX, sino aquellos que se derivan de la evidencia de que tales delitos fueron ensordecidos en el primer juicio y, asimismo, las responsabilidades por los más de cincuenta años de ocultamiento, banalización, legitimación, negacionismo y "complicidad después del hecho" de la que son reos por tales atrocidades impunes los políticos actuales, nuestros mandatarios votados como representantes de la voluntad popular. Esos "demócratas" fraudulentos beneficiarios de toda clase de privilegios deberán pagar algún día por sus delitos.

Quisiera concluir con unas palabras de Solzhenitsyn en su discurso de recepción del Premio Nobel, alegato en defensa de la verdad que nunca fue escuchado:

¿Qué pueden las letras frente al empuje despiadado de la violencia descarada? Mas no olvidemos que la violencia no existe ni puede existir por sí sola: está infaliblemente entrelazada con la mentira. Unen a ambas los lazos más familiares y más profundamente naturales: la violencia no puede encubrirse con nada, salvo con la mentira; y el único sostén de la mentira es la violencia. Todo aquél que una sola vez ha proclamado como método la violencia, inexorablemente deberá exigir como principio la mentira. La violencia, cuando nace, actúa abiertamente e incluso se ufana de ello. Pero en cuanto se fortifica y se afianza, siente que a su alrededor el aire se densifica, y sólo puede continuar existiendo ocultándose tras la bruma de la mentira, cubriéndose con palabras obsequiosas. Entonces, no siempre, ni obligatoriamente, ahoga de manera directa las gargantas, y con mayor frecuencia exige de los súbditos que únicamente juren a la mentira, que sólo sean cómplices de ella. Y la tarea sencilla de una persona llana y valiente es: !no participar en la mentira, no apoyar las falsas acciones! Que llegue esto al mundo, que incluso reine en él, pero no a través de mí.


Sea.

Jaume Farrerons
La Marca Hispànica