lunes, febrero 28, 2011

"!Rechacemos la mentira!" (A. Solzhenitsyn). Claves para una ética cívica personal

!Rechacemos la mentira!


Se acostumbra a minimizar que el Premio Nobel de la Paz Alexandr Solzhenitsyn, brutalmente ignorado por la intelectualidad occidental cuando, después de poner en evidencia la realidad del sistema soviético, dejó muy claro que no iba a dedicarse a adular las sociedades de consumo occidentales, propuso a todos los ciudadanos decentes del mundo un código de conducta muy simple: rechazar la mentira. Conviene aclarar que existe una diferencia de matiz relevante entre "decir la verdad", ética racional universal, sencilla e irrefutable que vengo proponiendo en este blog desde hace cuatro años, y negarse a acoger la mentira dentro de uno en términos de "resistencia pasiva". Solzhenitsyn mismo lo aclara:

No es una llamada a filas. No hemos madurado para salir a la plaza y proclamar la verdad públicamente, y expresar en voz alta lo que pensamos. No es necesario; aunque es terrible que no podamos hacerlo. Pero, al menos, !neguémonos a decir lo que no pensamos! (Solzhenitsyn, A., Alerta a occidente, Barcelona, Acervo, 1978, p. 45).

El rechazo de la mentira es algo así como una resistencia pasiva que no obliga más que a no convertirse en una caja de resonancia del discurso oficial, algo que está en nuestro poder y que, sin embargo, las más de las veces despreciamos como un detalle insignificante, cuando podría tener consecuencias decisivas en la lucha contra la opresión antifascista:

Aquí yace la clave que despreciamos. La más sencilla, la más asequible para alcanzar la liberación: !LA NO PARTICIPACIÓN PERSONAL EN LA MENTIRA! Que la mentira lo cubra todo; pero obstinémonos en lo más pequeño: que domine pero !NO A TRAVÉS DE MÍ! (op. cit., ibídem).

Y añade: "este es nuestro camino". Se trata de la clave de una ética cívica individual que pondría en riesgo, de manera inmediata y sin sangre, el entero entramado del poder oligárquico mundial. Aplicada no sólo al ámbito político, sino a todo lo que tenga que ver con nuestra actividad como ciudadanos, de manera ejemplar para los demás, supone el primer paso hacia la verdad y, por ende, hacia una regeneración integral de las instituciones democráticas. Solzhenitsyn, quien arriesgó su vida luchando pacíficamente contra la dictadura totalitaria soviética, desarrolla con tremenda autoridad moral una suerte de decálogo del coraje cívico:

No escribirá, no firmará, no publicará de modo alguno una sola frase que, en su opinión, tuerza la verdad.

Ni en conversación privada, ni públicamente, ni mediante declaración escrita, ni como propagandista, maestro o educador; ni desempeñando un papel en el teatro; ni artísticamente, esculturalmente, fotográficamente, técnicamente, musicalmente, no representará, no acompañará, no transmitirá un solo pensamiento falso, una sola verdad tergiversada, que pueda discernir.

Ni oralmente, ni por escrito traerá a colación una sola cita "directiva", para complacer, para asegurarse, para ascender en su trabajo, si no comparte la totalidad de la idea citada o no tiene relación directa con lo que se trata.

No permitirá que contra sus deseos y voluntad se le haga asistir a una manifestación  o mitin. No tomará en las manos, no elevará una pancarta o una consigna que no comparta en su totalidad.

No alzará la mano electora de una propuesta que no comparta con sinceridad; no votará ni abierta ni secretamente en favor de un individuo que estima indigno o dudoso.

No permitirá que se le acose en una reunión en la que se espera un debate forzoso y tergiversado del asunto.

Dejará inmediatamente la reunión, la sesión, la conferencia, el espectáculo, el cine en cuanto escuche del orador la mentira, la sandez ideológica o la propaganda desvergonzada.

No se suscribirá y no adquirirá en números sueltos el diario o la revista donde la información es tergiversada y son ocultados hechos de primera importancia.

No he enumerado, naturalmente, todas las abstenciones posibles y necesarias. Mas quien comience a purificarse, con su mirada ya limpia fácilmente discernirá en otros casos.

Sí, en los primeros tiempos será difícil. Habrá quien pierda su trabajo temporalmente. A los jóvenes que quieran vivir en la verdad, al principio se les complicará mucho la vida: las lecciones que reciben están repletas de mentira, y hay que elegir. Quien desea ser honrado tiene que elegir: todos los días, todos nosotros, incluso ante las ciencias técnicas más seguras, hemos de andar o en dirección a la verdad o en el sentido de la mentira; hacia la independencia espiritual o el servilismo del alma. Y quien no tenga valor para defender su alma, que no se enorgullezca de sus convicciones vanguardistas, que no se ufane de ser académico o artista del pueblo, personalidad emérita o general; que se diga a sí mismo: soy un animal y un cobarde y sólo necesito suculencia y calor (op. cit., pp. 46-47).

Entre quienes se niegan a ser vehículos de la mentira y quienes proclamen abiertamente la verdad -que primero habrá que fundamentar con los métodos rigurosos y universales de las ciencias-, deberán existir hilos más o menos sutiles. La afirmación de la verdad exige tales sacrificios, que serán pocos quienes puedan comprometerse tan a fondo en la lucha contra el poder filosionista. Pero si están rodeados de personas que, pese a no dar ese paso al frente, al menos arropan a los valientes alzados en su negativa a colaborar con la mendacidad institucionalizada, la tarea de aquéllos resultará humanamente más asumible y efectiva.

La doctrina oficial del sistema oligárquico mundial es el antifascismo. La oligarquía transnacional vigente representa el dispositivo de poder más criminal que conoce la historia de la humanidad, pero también aquél que con más medios técnicos cuenta para sacar rendimiento a su arma principal, a saber, la mentira, precisamente, pero también, en última instancia, cualquier tipo de artilugio terrorífico que ni siquiera la fuerza de las masas podría actualmente derrotar. Ahora bien, lejos de arriesgarse a caer en esa sangrienta confesión de su carácter antidemocrático (que vale sólo para el Tercer Mundo, donde los asesinos se quitan la máscara sin empacho), en los países centrales del sistema no se nos oprime con fusiles, sino con un asfixiante lavado de cerebro filosionista y con la amenaza implícita de la denominada "muerte civil". Ésta supone en muchos casos la renuncia a una carrera profesional en el ámbito que fuere, pero singularmente en aquéllos relacionados con la cultura, la docencia y la administración pública. "Fracaso" económico y de estatus personal que, en las sociedades de consumo actuales, afecta al corazón mismo de la existencia del disidente, pues destruye su vida familiar, su equilibrio psicológico, su salud, etcétera. La "muerte civil" equivale así a un veneno lento que asesina sin dejar huellas. Para romper el bloqueo, se puede recurrir a la política, por ese motivo hemos fundado una organización que aspira, entre otras cosas, a dirigirse a la mayor parte de la población de la nación, los trabajadores, a fin de que despierten de la somnolencia propagandística en que el discurso oligárquico los ha sumido desde hace décadas.

Ahora bien, en la actualidad, políticamente ya no se trata sólo de denunciar el gulag, sino de analizar aquéllo que ha hecho posible la impunidad de la mayor atrocidad de la historia. Dicha impunidad trasciende el régimen comunista y compromete a occidente en su conjunto. Representa el hilo conductor para comprender nuestra realidad social cotidiana actual. Es necesario preguntarse cómo está constituida la estructura del poder político en el mundo occidental para que hayan podido suceder ciertos espantosos acontecimientos, de enorme magnitud -de tamaño cósmico, por decirlo así-, que interesan al núcleo mismo del discurso legitimador de nuestras sociedades (los derechos humanos) y, sin embargo, se viva como si aquéllos carecieran de importancia o nunca hubiesen ocurrido, mientras se machaca sin parar la mente de los ciudadanos con la propaganda relativa a uno solo de los genocidios habidos en el siglo XX. Sin contar con que dicho genocidio "privilegiado" ha sido tremendamente exagerado y tergiversado y que, quizá también por pura casualidad, la narración del mismo tiene por objeto central la persecución de los judíos y sólo de los judíos (gitanos, rusos y otras víctimas del nazismo son consideradas de segunda categoría). ¿Existe una relación entre la minimización del gulag y la inflación de la Shoah? Sólo un ciego o una persona muy deshonesta se negaría a aceptar la luminosa (y monstruosa) evidencia intelectual del escándalo. Esta situación puede parecer normal a algunos, porque a fin de cuentas la simple repetición de las imágenes y conceptos guía de la ideología antifascista nos ha habituado a la imagen exclusiva y excluyente del judío-víctima; ciertamente, nos habituaría a cualquier cosa que hubiésemos experimentado con tal regularidad y que formara parte de la cotidianeidad más profunda vivida desde la infancia, como lo demuestra la naturalidad con que se aceptan los dogmas religiosos más absurdos siempre que se imbuyan tempranamente en la psique del niño.

"Ya sabíamos que 'fascistas' era el apodo de los del Artículo 58,
puesto en circulación por los perspicaces cófrades
 y aprobado con gusto por las autoridades":
(Solzhenitsyn, A., Archipiélago Gulag,
Barcelona, Tusquets, tomo II, 2005, p. 180). 

Casi todas las personas que en la actualidad se alimentan de la cultura y de los medios de comunicación del "antifascismo socioliberal filosionista" han nacido en una época en que la oligarquía había ya empezado a reescribir la historia o justamente en la fase de transición (los años 60) hacia una sociedad en que Auschwitz monopolizaría el centro del espacio público. Nos hemos acostumbrado a la impostura, la cual, por otro lado, sigue una curva ascendente en su peso mediático, educativo y cultural a medida que nos alejamos del hecho histórico a la que originariamente remite en teoría (unos edificios reconstruidos, supuestas cámaras de gas, en el campo de concentración de Auschwitz, Polonia). Pero la lógica, la objetividad, el acceso, todavía posible, a la literatura y el pensamiento anteriores al triunfo de la oligarquía, nos permiten cotejar datos y entender que "lo cotidiano" en el occidente contemporáneo no es "lo normal" desde ningún punto de vista racional, sino un estado de excepción moral y político que atenta contra el espíritu. Vivimos en un mundo orwelliano donde la mente del ciudadano ha sido colonizada por una serie de imágenes falaces imbuidas propagandísticamente e impuestas a los desafectos mediante la presión a la conformidad social y, en los casos de rebeldía extrema, mediante la amenaza penal -y la cárcel- o incluso la muerte. La característica central del sistema totalitario vigente es que, al poder controlar el alma de las gentes gracias sobre todo a los medios de comunicación, destruye en la mayoría precisamente la conciencia de vivir inmersos en el totalitarismoDe manera que la liberación no será política si no es primero espiritual, bien entendido que tampoco puede generar una incidencia histórica significativa mientras, en una suerte de espiral entre lo filosófico y lo político, no se consiga que el espíritu empape a las masas de alguna manera, provocando la única reacción eficaz digna de consideración a los efectos de una auténtica democracia, a saber, la revolución pacífica de la verdad y el derrocamiento sin sangre de la tiranía oligárquica. En definitiva, sólo seremos libres el día en que, aunque nos equivoquemos, podamos decir: "Auschwitz fue una mentira", sin que ello nos convierta en fascistas; pues, de hecho, no otra es la única superación posible del propio fascismo.

Jaume Farrerons
La Marca Hispànica
28 de febrero de 2011

viernes, febrero 25, 2011

Anotaciones preliminares sobre las causas del holocausto (6)


Israel Shahak: "la Halakhah (ley judía) supone que todas las mujeres gentiles son prostitutas".

Quedó pendiente en la entrada anterior de la serie "Anotaciones preliminares sobre las causas del holocausto" (con la que pretendemos desglosar algunos factores que podrían explicar la persecución nacionalsocialista de la etnia judía en Alemania), el testimonio de Israel Shahak, un hebreo crítico, en relación con el carácter racista del judaísmo clásico. Dado que no nos convencieron demasiado las argumentaciones del antisemita David Duke, que dejaban mucho que desear en cuanto a fundamentación, nos remitimos a un autor que conoce  la lengua hebrea y está dispuesto a ventilar lo que sólo quienes puedan leer directamente los textos religiosos del Talmud "conocen" con certeza.

Nos remitimos al capítulo 5 de la obra de Shahak Historia judía, religión judía, titulado "Las leyes contra los no judíos". Explica Shahak que el "sistema legal del judaísmo clásico", la Halakhah, se basa en el Talmud babilónico (existe otro Talmud, el de Jerusalén, de menor importancia en este sentido). Dichos preceptos normativos han sido seguidos por los judíos desde el siglo IX al XVIII y se mantienen poco menos que inalterados hasta la actualidad. Ahora bien, la extremada complejidad y prolijidad de estos textos obligó a los judíos a elaborar compendios, algunos de los cuales, según Shahak, han adquirido gran autoridad. Debe pues, quedar claro, que Shahak se refiere a dichos compendios en la medida en que son los que efectivamente influyen en la conducta de los creyentes de observancia hebrea. No se puede culpar a todos los judíos por lo que tales leyes promueven, de la misma manera que no todos los españoles somos católicos ni todos alemanes de la época hitleriana, como pretende Goldhagen, eran antisemitas (ni siquiera lo eran todos los militantes del partido nacionalsocialista). Pero tampoco cabe minimizar que una mayoría de judíos han dado su apoyo a la religión nacional, de la misma manera que buena parte del pueblo alemán apoyó a Hitler, lo que no equivale a decir que unos y otros suscribieran las atrocidades perpetradas en nombre de determinadas ideologías. Porque en derecho los delitos se cometen siempre a título individual y las doctrinas  como tales no actúan, sólo lo hacen los hombres que las interpretan como justificación o excusa para explotar, maltratar, torturar y matar a otras personas. Ahora bien, cuando una doctrina consiste precisamente en el mandato expreso de cometer tales actos, entonces estamos ante un producto ideológico criminógeno. Por lo que respecta al judaísmo, para Shahak, "es correcto asumir que esas compilaciones reproducen fielmente el significado del texto talmúdico y lo que, partiendo de ese significado, añadieron eruditos posteriores" (Shahak, I., Historia judía, religión judía, Madrid, Machado Libros, 2002, p. 191).

La codificación más antigua de la ley talmúdica que sigue conservando una importancia fundamental es la Misneh Torah escrita por Moisés Maimónides a finales del siglo XII. El código más autorizado, de amplio uso como manual hasta nuestros días, es el Shulhan 'Arukh, compuesto por R. Yosef Karo a finales del siglo XVI a modo de condensación popular de su mucho más voluminoso Beyt Yosef, que iba dirigido a eruditos más avanzados. El Shulhan 'Arukh incluye numerosos comentarios; además de comentarios clásicos que datan del siglo XVII, hay un importante comentario del siglo XX, Mishnah Berurah. Por último, la Enciclopedia Talmúdica -una compilación moderna publicada en Israel a partir de los años cincuenta y editada por los principales eruditos rabínicos ortodoxos del país- es un buen compendio de toda la literatura talmúdica (op. cit., p. 192).

Con lo dicho vemos que no basta citar el Talmud para demostrar lo que el judaísmo presuntamente sea o deje de ser. Se trata de localizar los textos que realmente influyen en los creyentes judíos si  lo que se pretende es emplazarlos para fundamentar la existencia de una doctrina criminógena, es decir, de una ideología que influye de forma directa en la comisión de actos que, en términos genéricos, pueden ser considerados delictivos en todos los cuerpos legales de los países civilizados. Por ejemplo, la justificación del asesinato y la inducción al acto de maltratar, explotar, discriminar o matar a un inocente.

Veamos, por tanto, cuáles son las pautas de conducta que prescriben dichos textos respecto a los no judíos.

Según Shahak, en la "tradición judía", un judío que asesina a un gentil "no puede ser castigado por un tribunal", aunque sea pecado. En cambio, "causar indirectamente la muerte de un gentil" ni siquiera es pecado. Shahak remite a los siguientes textos: Maimónides, Mishneh Torah, "Leyes relativas a los asesinos", 2, 11: Enciclopedia Talmúdica, "Goy" (para el asesinato de un gentil).  R. Yo'el Sirkis, Bayit Hadash, comentario a Beyt Josef, "Yoreh De'ah" 158 (para la causación indirecta). Shahak aclara: "las dos reglas antedichas son válidas incluso si la víctima gentil es ger toshav, esto es, un 'extranjero residente' que se ha comprometido ante tres testigos judíos a guardar los 'siete preceptos noahídas' (siete leyes bíblicas que el Talmud considera que están dirigidas a los gentiles)" (op. cit., p. 193). Sobre cómo causar la muerte de un gentil, las escrituras religiosas judías dan ejemplos prácticos: "uno no debe alzar la mano para dañarle, pero se le puede dañar indirectamente, por ejemplo, quitándole una escalera si se ha caído a una fosa (...) aquí no hay ninguna prohibición, puesto que no se hizo directamente" (R. David Halevi, Polonia, siglo XVII, Turey Zahav acerca de Shulhan 'Arukh, "Yoreh De'ah", 158). Ahora bien: "un acto que lleve a la muerte de un gentil está prohibido si puede ser causa de que se expanda la hostilidad hacia los judíos" (op. cit., p. 193). Cuando se dé una situación de poder para los judíos, éstos podrán matar, directa o indirectamente, a todos los gentiles que quieran y según la fe hebrea tales crímenes estarán permitidos y podrán, y hasta deberán, quedar impunes en derecho.

Un asesino gentil que por casualidad se encuentre bajo jurisdicción judía ha de ser ejecutado, fuera o no judía su víctima. Sin embargo, si la víctima era gentil y el asesino se convierte al judaísmo, no es castigado (op.  cit., p. 193).

Se podrá observar que una de las prácticas genocidas del bolchevismo, por ejemplo con los campesinos ucranianos, fue el método de la hambruna, que provocó 14,5 millones de víctimas. Preguntémonos si se podría conceptuar esta forma de genocidio como "muerte indirecta". No se mata de un tiro en la cabeza al gentil de turno, eso sería pecado, requísasele simplemente la comida de la misma manera que se le hurtaría la escalera para impedirle salir de un pozo. A esta cuestión nos referiremos en la entrada La frase de Zinoviev (3), de próxima edición en este blog. Por el momento limitémonos a las consecuencias que el propio Shahak, a modo de ilustración, extrae de los preceptos religiosos hebreos aquí expuestos en relación con la política actual del Estado de Israel.

Puesto que hasta la menor prohibición contra el asesinato de un gentil sólo tiene validez directa para "los gentiles con los que (los judíos) no estamos en guerra", varios comentaristas rabínicos del pasado extrajeron la lógica conclusión de que en tiempos de guerra se puede, e incluso se debe, matar a todos los gentiles pertenecientes a una población hostil (op. cit., p. 194).

Shahak transcribe a continuación un folleto de un Capellán Jefe del ejército israelí:

Cuando nuestras fuerzas topan con civiles durante una guerra o en plena persecución o en un ataque, siempre que no haya certeza de que esos civiles son incapaces de dañar a nuestras fuerzas, entonces, según la Halakhah, se puede e incluso se debe matarlos... Bajo ninguna circunstancia se debe confiar en un árabe, aun cuando dé la impresión de ser civilizado... En la guerra, cuando nuestras fuerzas asaltan al enemigo, la Halakhah les permite y hasta les encarece que maten incluso a civiles de bien, esto es, a civiles que son en apariencia buenos (op. cit., pp. 194-195).

Podemos preguntarnos, llegados a este punto, si el conocimiento que tenían los alemanes del contenido doctrinal de la religión judía, unido a otros factores que ya hemos analizado y todavía a otros más que iremos examinando, no determinó el trato que las autoridades del Tercer Reich dieron a la población hebrea, incluidos "civiles que son en apariencia buenos".

¿Era correcta, por tanto, la interpretación que hacía David Duke de los aspectos racistas del judaísmo? Veremos que, a pesar de su antisemitismo, no andaba tan desencaminado.


Jaume Farrerons
La Marca Hispànica
25 de febrero de 2011

domingo, febrero 20, 2011

La frase de Zinoviev (2)

Juan Benet: "yo creo firmemente que, mientras existan personas como Alexandr Solzhenitsyn, los campos de concentración subsistirán y deben subsistir. Tal vez deberían estar un poco mejor guardados, a fin de que personas como Alexandr Solzhenitsyn no puedan salir de ellos".
 
En la obra Libro negro del comunismo, que por cierto ha sido reeditada y cuya adquisición recomendamos a toda persona decente (seguramente será la última vez que se publique en español), aparece el primer desglose y suma total de víctimas del comunismo. Conviene recordarlo aquí:

No obstante, podemos establecer un primer balance numérico que aún sigue siendo una aproximación mínima y que necesitaría largas precisiones pero que, según estimaciones personales, proporciona un aspecto de considerable magnitud y permite señalar de manera directa la gravedad del tema: URSS, 20 millones de muertos. China, 65 millones de muertos. Vietnam, 1 millón de muertos. Corea del Norte, 2 millones de muertos. Camboya, 2 millones de muertos. Europa oriental, 1 millón de muertos. América Latina, 150.000 muertos. África, 1,7 millones de muertos. Afganistán, 1,5 millones de muertos. Movimiento comunista internacional y partidos comunistas no situados en el poder, una decena de millares de muertos. El total se acerca a la cifra de cien millones de muertos.

Este cálculo se encuentra en la página 18 de la primera edición del libro y representa una avance histórico de enormes consecuencias en el logro de la verdad (y quizá, en un futuro, de la justicia), puesto que la mayoría de estas personas fueron acusadas de "fascistas" antes de ser exterminadas, un aspecto de la cuestión que acostumbra a silenciarse, por supuesto, pero que el análisis de los hechos no podrá ocultar indefinidamente.

"La barba de Solzhenitsyn parece la de un cómico de pueblo, la de un cómico ambulante pagado por una alianza de señores feudales. El escritor hace reír al gallinero. Un día le arrancarán las barbas postizas" (Montserrat Roig, autora de Els catalans als camps nazis).

La conclusión es que el antifascismo, que suma las víctimas del comunismo y las del proyecto genocida angloamericano contra el pueblo alemán (1941), finalmente perpetrado (1942-1948), constituye la corriente doctrinal de efectos más criminales en la historia. Pese a ello, el "fascismo" se sigue considerando el "mal absoluto" de forma "oficial", a pesar de que fue este "argumento" el que legitimó las enormes atrocidades de masas de los antifascistas. Y sigue siendo efectivo para silenciar las voces disidentes y las de todos aquéllos que claman contra los abusos del sistema oligárquico imperante.

La historia se ha detenido en este punto. De ahí el tema de nuestro blog, que es un análisis de la ideología antifascista como discurso del poder actual, contemporáneo. Ese con el que nos topamos cada día, en mi caso, cuando me abren un expediente por denunciar, en un informe de servicio totalmente confidencial, el maltrato a presos en las cárceles de la Generalitat de Catalunya.

Genocidio comunista en Camboya. Sonríe, Montserrat.
Si tenemos en cuenta que muchos de los crímenes referidos, por no decir la mayoría, se cometieron después del juicio de Nüremberg y en plena vigencia de la normativa de derechos humanos que se aplicó retroactivamente a los nazis; si se considera, con horror, que en el mismo momento en que se estaba juzgando y colgando de una soga a los dirigentes nacionalsocialistas por haber vulnerado unas normas que no regían cuando se cometieron los supuestos crímenes fascistas (algunos de ellos, inexistentes; otros, exagerados, pero todos reactivos a los crímenes contra la humanidad y genocidios de los vencedores), se estaba aplicando el plan Morgenthau y, alrededor de los patíbulos de Nüremberg, perecían de hambre a millones de civiles alemanes de forma planificada, deliberada, mientras unos fariseos con toga clamaban en nombre del "bien"; si tenemos en cuenta, en fin, que algunos de estos genocidios se producen bien entrados los años sesenta (por ejemplo, los ligados a la Revolución Cultural china), lo que no ha provocado reacción alguna de las instituciones internacionales de garantía de los derechos humanos (que, en cambio, mantenían aislado al régimen racista de Sudáfrica, pese a no haber cometido genocidio alguno), nos damos cuenta de que vivimos en un mundo orwelliano, el mismo que se describiera en la novela 1984. Porque George Orwell no habla allí de nazis, como la correspondiente película de Hollywood quiere hacernos creer sustituyendo a Stalin por Hitler, sino del mundo de la posguerra, matriz de un sucio presente plagado de atroces mentiras. Y este es el problema moral e intelectual más importante de nuestro tiempo. Una cuestión que debería reclamar la atención de todos, especialmente de escritores, filósofos, artistas,  periodistas, ensayistas y demás morralla, quienes, sin embargo, pese a su supuesto "criticismo ilustrado", no dejan ni un momento de repetir como zombies programados los mantras del antifascismo.

Los derechos humanos y la democracia representan el discurso legitimador de un dispositivo de poder mundial que ha sido, sin embargo, el que con más saña ha vulnerado, hasta extremos monstruosos, esos mismos principios que dice defender. La paradoja del antifascismo, una ideología asesina donde las haya, la más genocida de la historia, que ha conseguido convertir a sus víctimas en aquéllo que justificará a posteriori su muerte, su olvido, su denigración, y que, no obstante, se ampara en una retórica opuesta (teóricamente) a dichas prácticas de manipulación de la verdad y desprecio a la dignidad humana, resume un período de la historia caracterizado por la impostura y la miseria moral más absolutas. No puede haber perdón para quienes han consentido esto, y sería ingenuo esperar que el simple debate filosófico vaya a cambiar las cosas. Sólo la lucha política permitirá, algún día, el ajusticiamiento de los culpables, que ya sólo lo serán por complicidad, puesto que los perpetradores directos habrán fallecido hará ya mucho, mucho tiempo, cuando por fin se haga la luz. Mas los crímenes de genocidio no prescriben y ésta debe ser la argumentación principal que se esgrima contra la clase política oligárquica el día en que se cumpla el mandato del destino y los testaferros del sionismo, así como los sionistas mismos, paguen por sus fechorías impunes.

"Ya sabíamos que 'fascistas' era el apodo de los del Artículo 58,
puesto en circulación por los perspicaces cófrades y aprobado con gusto por las autoridades":
(Solzhenitsyn, A., Archipiélago Gulag,
Barcelona, Tusquets, tomo II, 2005, p. 180). 

Menos sorprendente es la pasividad de la gran masa manipulada. Pese a que basta una simple constatación y cruce de datos, fechas y números para llegar a las conclusiones a las que el autor de este blog ha llegado, el efecto psicológico de decenas de miles de programas de televisión y películas de Hollywood  -que neutralizan toda lógica en seres adiestrados sólo para el trabajo y el consumo-, pese a tratarse de pura ficción, basta para anular las consecuencias vinculantes de la más palmaria evidencia respecto de personas que no ostentan títulos universitarios, ni son investigadores, ni disponen del tiempo y las fuerzas para contrastar documentación, o siquiera para comprar los centenares de libros que este tipo de tarea requiere. En suma, la pasividad era de esperar y no pueden exigirse responsabilidades a esta clase (mayoritaria) de ciudadanos. Pero, ¿qué pasa con quienes sí contaban con los medios materiales y las condiciones incluso profesionales (lo que no es mi caso) para saber y actuar? Dichos intelectuales no podían ser manipulados por la obscena propaganda de la oligarquía a menos que ellos se dejaran manipular por interés (autocensura). Pese a lo cual, han callado. Y esta gran traición a la verdad por parte de la intelectualidad es la que explica la pasividad de las gentes comunes, pues para ellas la fuente de información son los medios de prensa y la cultura de masas (cine y literatura), cuyas mentiras propagandísticas convalida el cobarde silencio de los especialistas, profesores y pensadores que están en el secreto pero miran hacia otro lado a fin de conservar como sea sus poltronas varias, puestos, becas y plazas docentes.

Sin embargo, no han faltado las excepciones, aunque, claro, convenientemente silenciadas. Cito a continuación un pasaje de Nolte:

Mijail Heller y Alexander Nekrij, historiadores soviéticos recién emigrados, definen el sistema estalinista como "el sistema más antihumano" que jamás haya existido en la tierra (Geschichte der Sowjetunion, Königstein, 1981, 2 vols., t. II, p. 218); según Milovan Dyilas no existió nunca un "déspota más brutal y cínico que Stalin" (Gespräche mit Stalin, Francfort, 1962, p. 241) y Nikolai Tolstoi expresa en forma concreta la implicación más importante al afirmar que, en comparación con Stalin, Hitler fue casi un dechado de virtudes cívicas (Stalin's secret War, Nueva York, 1981, p. 28). Leonard Schapiro, a su vez, sugiere una comparación entre Lenin y Hitler cuando plantea la tesis de que la obsesión por el poder fue el único elemento permanente del pensamiento de Lenin y que de ella derivó la firme voluntad de no transigir nunca. Adam Ulam, en cambio, limita su afirmación a un periodo relativamente corto de tiempo, al indicar que el régimen de Stalin de 1936-1939 fue sin duda el más tiránico de todo el mundo (Russlands gescheiterte Revolutionen, Munich y Zurich, 1981, p. 499). Sin embargo, los propios dirigentes bolcheviques pusieron estas comparaciones en boca de las generaciones posteriores, por decirlo así, con las aserciones que desde el principio hicieron. En 1924 Trotski escribió, por ejemplo, que la Revolución procedía con "los métodos de la cirugía más cruel" (Literatur und Revolution, Berlín, 1968, p. 161); por su parte, Stalin declaró sin inmutarse que los terratenientes, kulaks, capitalistas y comerciantes habían sido "eliminados" de la Unión Soviética (Merle, Fainsod, How Russia is Ruled, Cambridge, 1963, p. 371. Cabe mencionar también la frialdad con la que antes de 1933 algunos autores alemanes, como Klaus Mehnert e incluso Otto Hoetzsch, hablaban del exterminio de la antigua intelectualidad y de los kulaks. Al leer sus textos se impone la pregunta de si allende las fronteras alemanas, después de eventual victoria de Hitler, posiblemente se hubiese comentado con la misma insensibilidad el exterminio de los judíos). Algunos de los juicios más tajantes provienen de ex comunistas y tuvieron su origen, por lo tanto, en la reflexión revisionista y no en un anticomunismo burgués preexistente. En opinión de Leonard Trepper, el antiguo "Gran Jefe" de la "Capilla Roja", en retrospectiva el estalinismo y el fascismo son "monstruos" por igual (Leopold Trepper, Die Wahrheit. Autobiographie, Munich, 1975, p. 345), y en el legado de Hans Jaeger, por otra parte, que en 1932 aún escribía artículos para el Inprekorr, se encuentra la siguiente frase: "El marxismo tiene la culpa, indirectamente, de los seis millones de judíos muertos. Fue el primero en predicar el odio, el primero en mostrar cómo se extermina a toda una clase social" (Archiv d. Inst. f. Zg., Nachlass Hans Jaeger, ED 210/31, p. 78) (Nolte, E. La guerra civil europea, 1917-1945, México, FCE, 2001, pp. 49-50).

Al lado de los que han callado y de los que, al menos, han impreso negro sobre blanco la evidencia elemental, pocos, tenemos a los que han justificado los crímenes del comunismo. Son tantos, que citarlos aburriría. Un ejemplo español es el escritor Juan Benet, quien se prodigó en humanismo al justificar el gulag de la siguiente manera:


Todo esto, ¿por qué? ¿Porque ha escrito cuatro novelas, las más insípidas, las más fósiles, literariamente decadentes y pueriles de estos últimos años? ¿Porque ha sido galardonado con el premio Nobel? ¿Porque ha sufrido en su propia carne –y buen partido ha sacado de ello– los horrores del campo de concentración? Yo creo firmemente que, mientras existan personas como Alexandr Solzhenitsyn, los campos de concentración subsistirán y deben subsistir. Tal vez deberían estar un poco mejor guardados, a fin de que personas como Alexandr Solzhenitsyn no puedan salir de ellos. Nada más higiénico que el hecho de que las autoridades soviéticas –cuyos gustos y criterios sobre los escritores rusos subversivos comparto a menudo– busquen la manera de librarse de semejante peste.


Para abundar un poco más en las reacciones de los "intelectuales progresistas españoles" (antifranquistas=antifascistas) frente a la verdad revelada por Solzhenitsyn (y que la historia no ha hecho más que confirmar), puede consultarse el siguiente enlace:

http://www.adecaf.com/geno/esp/esp/Un%20autorretrato%20del%20antifranquismo.pdf

Y este otro:

http://www.elpais.com/articulo/cultura/SOLZHENITSIN/_ALEXANDR/BENET/_JUAN/ratifico/dije/Solzhenitsyn/elpepicul/19760505elpepicul_4/Tes

A toda la progresía farisea e hipócrita, incluida Montserrat Roig, autora de Els catalans als camps nazis, se les cayó la máscara humanitaria y filosionista muy pronto, porque, entre otras cosas, Solzhenitsyn ponía en evidencia ciertos aspectos del exterminio de los pueblos ruso, ucraniano, cosaco... Como ya sabemos por otras entradas de este blog, muchos de los responsables de campos de concentración soviéticos eran de una determinada procedencia étnica.

"Ya sabíamos que 'fascistas' era el apodo de los del Artículo 58,
puesto en circulación por los perspicaces cófrades
 y aprobado con gusto por las autoridades":
(Solzhenitsyn, A., Archipiélago Gulag,
Barcelona, Tusquets, tomo II, 2005, p. 180). 

Cuando le preguntan a Solzhenitsyn por el tema de los judíos bolcheviques soviéticos en tanto que administradores privilegiados del gulag, la respuesta no puede ser otra que la siguiente:

Yo no tengo la culpa de que todos ellos sean de procedencia judía. No se trata de una selección artificial realizada por mí. La separación la ha hecho la historia. En mi debate con el poder comunista he mantenido siempre la opinión de que no hay que avergonzarse cuando se habla o se escribe de los crímenes cometidos, sino cuando se cometen, cuando se cae en ellos. Tantos han sido los asesinados, es tan monstruoso y hoy desproporcionado el número de crímenes cometidos que hoy, en efecto, parece inconcebible. Sin embargo, es una triste realidad.

En la citada recopilación que se titula Iz-pod glyb he expuesto mi opinión personal sobre todo esto. Puedo resumirlo también aquí. Se trata de lo siguiente: Es indudable que la confesión sincera, declarada, abierta de la culpabilidad de uno es un asunto propio de cada persona, y otro tanto puede decirse de la culpabilidad colectiva de los pueblos y de las naciones. Los propios pueblos y las propias naciones tienen que sacar a la luz del día su participación en los pecados. Por eso quiero subrayar que si por casualidad se advierte algún matiz, de la clase que sea, en lo que he dicho sobre los judíos no es éste mi deseo, ni mucho menos. (Solzhenitsin, A., Alerta a occidente, Barcelona, Acervo, 1978, p. 256).

Lamentablemente, no podemos saber lo que el premio Nobel tiene que decir sobre Israel, porque al llegar a este punto, la grabación en que se basa el libro queda cortada.

La presencia desproporcionada (en relación con su volumen demográfico) de judíos en el partido bolchevique es un hecho histórico que se acepta a regañadientes. Sin embargo, incluso Sartre, alguien poco sospechoso de fascismo, parte de este supuesto, aunque sea, en su caso, para elogiar al pueblo elegido:

No se olvide que había un número considerable de judíos en el partido comunista en 1917. En cierto sentido se podría decir que ellos han conducido la revolución (Sartre, J. P., La esperanza ahora. Las conversaciones de 1980, con Benny Lévy, Madrid, Arena Libros, 2006, p. 69).

Pero que "ellos" conducían la revolución (Sartre) y que "ellos" perpetraban los crímenes de esa revolución (Solzhenitsyn), unido al hecho de que se trata de la más asesina operación política de la historia (Stéphane Courtois, Libro negro del comunismo, p. 18), ¿no abona hasta cierto punto el "irracional" anticomunismo de Hitler, es decir, su idea del bolchevismo como enemigo principal del nacionalsocialismo? Y los genocidios, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad perpetrados por el comunismo, ¿se habrían evitado en caso de que Hitler hubiera ganado la guerra, o sea, derrotado a Stalin? Si es así, como parece, ¿cuántos millones de personas habrían podido vivir en caso de producirse la victoria fascista y la destrucción del comunismo? Ciertamente, Hitler hubiera enviado a los judíos a Madagascar, o quizá los habría asesinado, quién sabe, pero, en el peor de los casos, estamos poniendo en la balanza 15 millones de judíos, por un lado, y 100 millones de gentiles, por otro. Utilizando el mismo tipo de razonamientos que se emplean para justificar las atrocidades antifascistas, a saber, que "gracias" a Stalin se derrotó a Hitler, y con ello quedan legitimados los gulag, podemos ridiculizar este enfoque perverso, siendo así que equivaldría a decir que "gracias" a Stalin pudieron exterminarse a 100 millones de personas y evitar que Hitler matara a todos los judíos del universo, como mucho 15 millones. Lo que es absurdo. Pues las argumentaciones morales utilitaristas reclaman la mayor felicidad para el mayor número (sin especificar, claro, si son judíos o gentiles), en este caso, en términos negativos, la menor infelicidad posible para el mayor número, que se traduce en que, desde el punto de vista hedonista, la victoria de Hitler hubiera "evitado dolor" en un balance global de "placeres y daños" (que rige la vergonzante ética liberal), incluso aunque aceptemos como dogma de fe que dicha victoria "nazi" se habría traducido necesariamente en el exterminio de los judíos y no en su simple deportación.

"Millones de personas han muerto de hambre en un país (la Rusia comunista) que pudiera servir de granero a todo el mundo (...) Hablan de hermandad. Conocemos esa hermandad. Cientos de miles, es más, millones de personas tuvieron que ser ejecutadas en nombre de esa hermandad y en aras de construir su felicidad" (Hitler, A., discurso, 2 de marzo de 1933, Berlín).


Y sólo si hiciésemos nuestra la dudosa idea de que la raza judía es "superior" o un pueblo elegido, tendría sentido en la vara de medir utilitarista vigente sostener que 15 millones de judíos -a lo sumo- valen lo mismo que 100 millones de gentiles. Ahora bien, admitido, en fin, que las víctimas del comunismo eran "fascistas" (aunque dicha imputación arrojárase sobre personas que ni siquiera tenían nada que ver con el fascismo, incluidos bebés de pecho), quizá pueda aguantarse con pinzas el indigno tinglado que sostiene la parafernalia cosmovisional del sistema oligárquico. La función del antifascismo como ideología es, por tanto, obvia: justificar que se exterminara a millones de inocentes. Un ejemplo, el libro de Goldhagen, donde todos los alemanes corrientes de la época considéranse ejecutores del holocausto (luego merecedores de los bombardeos crematorios):

A fin de situar a los perpetradores en el centro de nuestra comprensión del Holocausto, lo primero que debemos hacer es devolverles sus identidades, cambiando, en el aspecto gramatical, la voz pasiva por la activa para asegurarnos de que los hombres no queden al margen de sus acciones (como cuando se dice: "quinientos judíos fueron exterminados en la ciudad X en la fecha Y"), prescindir de etiquetas convenientes pero a menudo inapropiadas y confundidoras, como "nazis" y "miembros de las SS", y denominarlos como lo que eran, "alemanes". El nombre propio general más adecuado, mejor dicho, el único adecuado para los alemanes que perpetraron el Holocausto es el de "alemanes". Eran alemanes que actuaban en nombre de Alemania y de su popularísimo dirigente, Adolf Hitler. Algunos eran "nazis", por su pertenencia al partido nazi o por convicción política, y otros no lo eran. Algunos eran miembros de las SS, otros no. Los perpetradores mataron y cometieron otros actos genocidas bajo los auspicios de numerosas instituciones aparte de las SS. Su principal común denominador era el hecho de que todos ellos eran alemanes que perseguían las metas políticas nacionales alemanas, en este caso, la matanza genocida de judíos. Desde luego, en ocasiones es apropiado utilizar nombres institucionales o profesionales y los términos genéricos "perpetradores" o "asesinos" para describir a los autores del genocidio, pero esto debe hacerse en el contexto bien entendido de que aquellos hombres y mujeres eran primero alemanes y luego miembros de las SS, policías o guardianes de los campos de concentración" (Goldhagen, D. J., Los verdugos voluntarios de Hitler. Los alemanes corrientes y el holocausto, Madrid, Taurus, 2003, p. 25).

Y añade:

El Holocausto fue el aspecto definitorio del nazismo, pero no sólo del nazismo, sino que también fue el rasgo definitorio de la sociedad alemana durante el período nazi.  (...) La reacción a los asesinatos fue de una comprensión, si no aprobación generalizada. (op. cit., p. 27).

La conclusión de la obra:

La conclusión de esta obra es que el antisemitismo impulsó a muchos millares de alemanes "corrientes" a asesinar judíos y, de haberse encontrado en una posición adecuada, habría impulsado a millones más. Ni los apuros económicos ni los medios coercitivos de un estado totalitario ni la presión psicológica social ni unas tendencias psicológicas inalterables, sino las ideas acerca de los judíos que se habían generalizado en Alemania desde hacía décadas, indujeron a unos alemanes corrientes al exterminio de millares de hombres, mujeres y niños judíos desarmados e indefensos, de una manera sistemática y sin piedad (op. cit., p. 28).

No puedo resistir la tentación de "responderle" a Goldhagen arrojándole a la cara un fragmento de la Torah, uno entre cientos posibles, claro; sin olvidar que, como veremos, el mismo tiene mucho que ver con la política actual del Estado de Israel respecto de los palestinos:

Ahora, vete y castiga a Amalek, consagrándolo al anatema con todo lo que posee, no tengas compasión de él, mata hombres y mujeres, niños y lactantes, bueyes y ovejas, camellos y asnos (I Samuel, 15:13, también Deuteronomio, 25:19).

Respuesta del rabino Shim'on Weiser a un soldado israelí que pregunta si debe tratar a los palestinos como amalekitas:

Con ayuda del cielo. Querido Moshe, Saludos. Empiezo a escribirte esta tarde aunque sé que no podré terminar la carta hoy, porque estoy muy ocupado y además querría que fuese una carta larga para responder a tus preguntas exhaustivamente, y para ello tendré que copiar aquí algunos dichos de nuestros sabios, de santa memoria, e interpretarlos.

Las naciones no judías tienen una costumbre según la cual la guerra tiene sus propias reglas, como las de un juego, como las reglas del fútbol o del baloncesto. Pero, según dicen nuestros sabios, de santa memoria (...) para nosotros la guerra no es un juego sino una necesidad vital, y éste es el único criterio por el que debemos decidir cómo hacerla.

Por un lado (...) parece que se nos dice que si un judío asesina a un gentil, se le considera un asesino y, salvo por el hecho de que ningún tribunal tiene derecho a castigarle, la gravedad del caso es idéntica a la de cualquier otro asesinato. Pero en otro lugar de estas mismas autoridades (...) nos encontramos con que el rabino Shim'on solía decir: "Al mejor de los gentiles, mátalo; a la mejor de las serpientes, machácale los sesos".
Tal vez quepa argumentar que la expresión "mátalo" del dicho del rabino Shim'on es meramente figurativa y que no debería tomarle literalmente sino entendiendo que significa "oprímelo" o alguna actitud similar, y de esta manera también evitamos una contradicción con las otras autoridades citadas. O uno podría argumentar que este dicho, aunque su intención sea literal, es (meramente) su propia opinión personal, discutida por otros sabios (antes citados). Pero la auténtica explicación la encontramos en las Tosafot. Ahí (...) descubrimos el siguiente comentario sobre la declaración talmúdica de que a los gentiles que se caigan en un pozo no hay que ayudarles a salir, pero tampoco hay que empujarlos al pozo para que mueran, lo cual significa que ni hay que salvarlos de la muerte ni hay que matarlos directamente. Y las Tosafot dicen lo siguiente: "Y si se pusiera en tela de juicio (porque) en otro lugar se ha dicho 'Al mejor de los gentiles, mátalo', entonces la respuesta es que este (dicho) está pensado para tiempos de guerra"(...)
Según los comentaristas de las Tosafot, hay que trazar una distinción entre tiempos de guerra y tiempos de paz, de modo que, aunque durante tiempos de paz esté prohibido matar a gentiles, en un caso que ocurra e tiempos de guerra el matarlos es una mitzvah (un imperativo, un deber religioso) (...)
Y ésta es la diferencia entre un judío y un gentil: aunque la regla "Al que venga a matarte, mátale tú antes" tiene validez para un judío, como se dijo en el Tratado Sanhedrin (del Talmud), página 72a, aun así sólo tiene validez para él si hay un fundamento (real) para temer que viene a matarte. Pero esto es lo que se debe suponer por lo general de un gentil en tiempos de guerra, salvo cuando esté muy claro que no tiene ninguna intención maligna. Ésta es la regla de la "pureza de armas" según la Halakhah, y no la concepción extranjera que se acepta hoy día en el ejército israelí y que ha sido la causa de muchísimas víctimas (judías). Incluyo aquí un recorte de prensa con el discurso que dio la semana pasada en la Knesset el rabino Kalman Kahana, que muestra de una manera muy verosímil -y también muy dolorosa- cómo esta "pureza de armas" ha causado muertes.
Con esto concluyo, esperando que la extensión de esta carta no te resulte fastidiosa. La cuestión se estaba debatiendo ya al margen de tu carta, pero tu carta me ha llevado a poner todo el asunto por escrito.
Haya paz, contigo y con todos los judíos, y (espero) verte pronto, como dices. Afectuosamente, Shim'on" (Shahak, I., Historia judía, religión judía, Madrid, Machado Libros, 2002, pp. 197-199).

Todos los alemanes, todos, perpetraron el holocausto o, en cualquier caso, habrían colaborado de haber podido en la masacre (Goldhagen lo sabe, suponemos que por ciencia infusa). Luego, todos los alemanes -sin excepción- eran asesinos y se les podía "ejecutar" en tiempo de guerra. La causa de su criminal odio a los judíos era el antisemitismo y no el antisemitismo la consecuencia del racismo judío (eso sería poner el carro delante del caballo). La realidad del judeobolchevismo en nada influyó en ese odio. Tampoco la proclamación de un plan de exterminio del pueblo alemán en 1941, antes de que empezara el holocausto, ni la puesta en práctica de ese plan con los bombardeos genocidas británicos. Ninguna de estas evidencias públicas determinó en absoluto la política nazi. Sólo, según Goldhagen, un antisemitismo preexistente y como caído del cielo (sin causa) que, casualmente, se detectaba en casi todos los pueblos que habían alojado a minorías hebreas importantes, con el agravante de que en Alemania el antisemitismo no era, ni con mucho, en opinión de Zygmut Bauman (toda una autoridad), el más virulento de Europa. Así pues, los alemanes, epítomes de los "fascistas", tenían que ser sometidos al anatema. Y sólo porque los "fascistas", esos demonios -seres expulsados de la humanidad- encarnaban el "mal absoluto", la victoria de Stalin sobre Hitler puede considerarse una "ganancia" en términos de la axiología liberal-progresista. Pero con ello se rompe de raíz con el principio de igualdad que opera como fundamento de la filosofía de los derechos humanos. Y hay que elegir, o se esgrime la doctrina humanitaria y entonces la impunidad del antifascismo es un escándalo; o se desecha el humanitarismo, y ello en nombre de un solapado racismo judío de extrema derecha -considerando así, en efecto, que los judíos serían una raza superior-, pero entonces Hitler tendría "alguna razón" al pretender combatir el "bolchevismo". Pues Hitler no estaba obligado por ningún motivo fundamentado -y nosotros tampoco- a aceptar el concepto (religioso) de dicha superioridad hebrea. O sea que, tanto en un caso como en otro, el antifascismo cae por su propio peso. Sólo la cobardía de los intelectuales, su traición a la verdad y a la decencia, permite que se perpetúe esta infamia.

Jaume Farrerons
20 de febrero de 2011

Más sobre Alexander Solzhenitsyn:

http://www.hispanidad.info/solzhenitsyn.html

AVISO LEGAL

http://nacional-revolucionario.blogspot.com.es/2013/11/aviso-legal-20-xi-2013.html

domingo, febrero 13, 2011

La frase de Zinoviev (1)

El genocida comunista ruso Grygory Zinoviev.


















Uno de los argumentos más utilizados para dejar impunes los genocidios, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad perpetrados por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial es el de la incondicional intencionalidad homicida de las atrocidades nazis, que las haría cualitativamente distintas a aquéllos. Los exterminios "fascistas" serían "peores" porque desde el principio, pasara lo que pasara, Hitler habría decidido asesinar a los judíos. En este contexto torticero, encuéntranse todo tipo de excusas para quitar importancia a los asesinatos en masa del comunismo y de los aliados anglosajones. En el caso del comunismo, se trataría de meros "excesos" realizados en nombre de un ideal políticamente correcto. En el caso de carniceros como Churchill o Roosevelt, los delitos fueron cometidos como respuesta a la intrínseca maldad del Tercer Reich. Sin embargo, basta cruzar unas cuantas fechas y datos para demostrar que se ha puesto el carro delante del caballo. O, dicho con otras palabras, que los grandes delitos genocidas del "fascismo" son todos ellos, sin excepción, reactivos, mientras que los crímenes en masa de marxista-leninistas y aliados cristiano-liberales se realizan por propia iniciativa -obedecen a la dinámica interna de la modernidad humanista- y se consuman antes de que quepa achacar al adversario actuaciones equiparables. Además, los grandes exterminios perpetrados por los vencedores son siempre planificados, intencionales e implican al Estado en su conjunto, es decir, hasta las más altas esferas de decisión, en su ominosa comisión. Pero sobre los equivalentes nacionalsocialistas abríganse serias dudas al respecto (corriente funcionalista).  

Un ejemplo de lo que decimos es la frase pronunciada por Zinoviev en septiembre de 1918, en la que se admite sin ningún tipo de embozo la intención de exterminar a 10 millones de ciudadanos rusos:

Para deshacernos de nuestros enemigos, debemos tener nuestro propio terror socialista. Debemos atraer a nuestro lado digamos a noventa de los cien millones de habitantes de la Rusia soviética. En cuanto a los otros, no tenemos nada que decirles. Deben ser aniquilados (Zinoviev, Grygory, "Severnaya Kommuna", nº 109, 19 de septiembre de 1918, p. 2, citado por Vidal, César, Checas de Madrid. Las cárceles republicanas al descubierto, Madrid, Belaqua, 2003, p. 281).

Las víctimas del comunismo ruso, como sabemos, serían a la postre muchas más, entre 20 y 66 millones de personas, y las del comunismo en general, entre 100 y 150 millones de personas. No existe en la historia nada equivalente a semejante "decisión", perfectamente documentada. Este "proyecto" de exterminio, que se cumplió así con creces y a rajatabla, es el que provoca, precisamente, el surgimiento del fascismo, como respuesta a la criminalidad expresa (y públicamente manifestada) del comunismo. Como sabemos, el fascismo nace en marzo de 1919 en Milán, Italia; pretende ser una revolución social sin sangre, sin exterminio. Con los únicos que no contempla tener piedad sería precisamente con los comunistas, justamente por la presunta naturaleza criminal de este movimiento. !Cómo han  cambiado las cosas! !De qué manera se ha tenido que "interpretar" la historia para legitimar a Stalin con la peregrina afirmación de que gracias a él, es decir, a su brutalidad, púdose derrotar a Hitler!

Dada la importancia de la declaración pública de Zinoviev, que acredita una manifiesta intencionalidad genocida totalmente plasmada en los hechos, conviene abundar un poco más en la misma.

Al parecer, la frase habría sido pronunciada el 17 de septiembre de 1918 ante la asamblea del partido de Petrogrado. Nolte la transcribe de la siguiente forma: "De los 100 millones con que cuenta la población de la Rusia soviética, debemos ganar noventa para nuestra causa. En cuanto a los demás, no tenemos nada de qué hablar; hay que exterminarlos". El historiador alemán remite a David Shub, autor de la famosa biografía de Lenin, quien a su vez transcribe: "A fin de vencer a nuestros enemigos, tenemos que contar con nuestro propio militarismo socialista. De los 100 millones con que cuenta la población de Rusia bajo los soviets, debemos ganar a 90 para nuestra causa. En cuanto a los demás, no tenemos nada que decirles; hay que exterminarlos" (Nolte, Ernst, La guerra civil europea, 1917-1945. Nacionalsocialismo y bolchevismo, México, FCE, 2001, p. 91). Cito a continuación la nota a pie de página de Nolte:

Como fuente se menciona "Severnaya Kommuna", edición vespertina del 18 de septiembre de 1917. Puesto que de hecho dicha afirmación parece inverosímil a primera vista, pese a la mención de la fuente, hice todo lo posible por confirmarla. En Alemania no existen ejemplares de "Severnaia Kommuna. Izvestija Petrogradskogo Sovieta rabocich i krasnoarmeiskich deputatov", y la Biblioteca Estatal de Leningrado no cuenta con microfilms. Finalmente conseguí un microfilm de la Hoover Institution on War, Revolution and Peace de Stanford. La cita de David Shub resultó ser en esencia correcta, aunque se encuentra en la página 2 del número 109, del 19 de septiembre de 1918; además, la resolución de la que habla Shub no se tomó a raíz del discurso de Zinoviev. El contexto general sólo modifica el cuadro en el sentido de que el tema principal no son los culpables de la guerra, sino los kulaks que instaban a la introducción del libre comercio, apoyados en ello incluso por comunistas como Larin. La primera parte del discurso pronunciado por Zinoviev en la séptima conferencia comunista de todas las ciudades en Smolny trató de la situación de la política exterior y de ahí paso a la política interior. Según explicó, la lucha de clases había llegado a su culminación cuando el atentado contra Lenin fue aplaudido no sólo por los explotadores rusos, sino por toda la burguesía mundial, incluyendo a supuestos socialdemócratas como Scheidemann. De acuerdo con Zinoviev, los kulaks representaban un peligro particular, ya que deseaban imponer condiciones a cambio de asegurar el abastecimiento de la población urbana con alimentos. Por este motivo, el "trabajo de los pueblos" era la clave de todo. Continuó con las siguientes palabras: "Debemos proceder como un campamento militar que envía tropas al pueblo. Si no aumentamos el ejército la burguesía nos pasará a cuchillo. No tenemos opción. Ellos y nosotros no podemos vivir en el mismo planeta. Necesitamos un militarismo socialista propio para vencer a nuestros enemigos. De los 100 millones con que cuenta la población en la Rusia soviética, debemos ganar (literalmente: arrastrar) a 90 para nuestra causa. Con los demás no tenemos nada de qué hablar; tenemos que exterminarlos (unictozat). Cargamos con una gran responsabilidad ante el proletariado mundial, el cual está presenciando que sólo en Rusia el poder pasó a manos de la clase obrera". Tras concluir con la exhortación a luchar por la victoria con todas las fuerzas, el discurso del "jefe de la comuna septentrional" fue premiado con "aplausos tumultuosos" (Nolte, E., op. cit., pp. 91-92, n. 41).

En evidencias como la citada basa Nolte su teoría de que Auschwitz no es más que una reacción frente al temprano gulag comunista. Esta tesis ha provocado el habitual y farisaico rasgamiento de vestiduras de los académicos y propagandistas del sistema oligárquico (que nos gobierna), porque corta por su raíz la construcción narrativa que justifica todos los abusos de los vencedores como respuesta a la presunta "maldad de los vencidos", tipificando como delito de banalización la argumentación contraria, a saber, que los crímenes de los vencidos representan sólo un pálido reflejo de las atrocidades perpetradas, en primer lugar, por los vencedores. Un ejemplo de banalización y legitimación de los crímenes de los vencedores nos lo ofrece el escritor alemán W.G. Sebald, quien, después de describir las innumerables salvajadas de la guerra aérea británica contra Alemania, que incluían quemar vivos a todos los bebés posibles, concluye que:

La mayoría de los alemanes sabe hoy, cabe esperar al menos, que provocamos claramente la destrucción de las ciudades en las que en otro tiempo vivíamos (Sebald, W. G., Sobre la historia natural de la destrucción, Barcelona, Anagrama, 2003, p. 111).

El motivo es que si los alemanes no destruyeron Londres no fue porque no tuvieran intención de hacerlo (¿antes o después de los bombardeos británicos?); que los alemanes fueron los pioneros en los bombardeos aéreos de ciudades (como si no existiera una diferencia legal entre bombardear una ciudad por motivos militares y bombardearla con la expresa finalidad de asesinar a su población civil); que los alemanes (¿también los niños?), en una palabra, "se lo buscaron"... Este es el tipo de argumento que, invertido, es decir, colocando a las víctimas de los alemanes como pertenecientes al bando que "provocó los hechos", puede llevar a la cárcel a cualquiera que lo defienda por "justificación del genocidio", pero que, cuando las víctimas son alemanas, cabe esgrimir alegremente, obscenamente diría yo, con total impunidad.
Henry Morgenthau, banquero norteamericano 
 que puso en práctica (1945) el plan
de exterminio del pueblo alemán
diseñado por Theodore N. Kaufman en 1941

¿Por qué ese miedo a la determinación estricta de la sucesión cronológica de los hechos? Porque sólo dicha cronología nos permite reconstruir el sentido de los hechos mismos. Veamos cómo justifica Wikipedia la publicación del libro Germany must perish (1941), que proponía públicamente, antes de que principiara el Holocausto, el genocidio del pueblo alemán:
At the time that Germany Must Perish! was first published in early 1941, Germany had not yet occupied the Balkans. The German invasion of the USSR would occur in June (although the Germans had already invaded and reconquered the land, theirs before World War I, that had been given to form Poland, and had annexed Austria), and the Japanese attack on Pearl Harbour was still nine months away. However, the T-4 Euthanasia Program and mass sterilization had already begun. Some[who?] cite this "medicalized mass murder" as the beginning of the Holocaust. Still, the Wannsee Conference was more than a year in the future and stories of genocide by the Nazi Party were neither widely known nor believed. Nonetheless, the Nazis were already busy at ethnic cleansing through the passage and enforcement of laws against Jews.
Se trata de una clarísima legitimación de un proyecto de genocidio que, en puridad, debería poderse llevar a los tribunales, pero que ningún magistrado de la oligarquía aceptaría por las razones que ya conocemos. Independientemente de que un genocidio no puede abonar o dejar impune otro genocidio, el intento de justificar dicho proyecto de exterminio de Alemania a partir del Holocausto es una impostura, porque el Holocausto, aceptadas las fechas oficiales, comienza mucho después y sería, antes bien que una causa, una respuesta o consecuencia, una reacción de las autoridades alemanas al proyecto genocida de Kaufman, que los alemanes conocían y consideraron que estaba siendo puesto en práctica con el plan de bombardeo británico.  

Evidentemente, que los aliados quemaran vivos a los niños alemanes no justifica que los alemanes asesinaran a los niños judíos, pero, al parecer, si se consigue hacer creer a la gente, engañándola y manipulando los hechos con todo descaro, que los niños alemanes fueron quemados como respuesta a que se matara a los niños judíos, no pasa nada y conciencias progresistas como la de Sebald descansan tranquilas.
Pero nuestro deber es volver a la realidad y, con ella, a la decencia moral. En las fechas en que se publica el plan de exterminio del pueblo alemán y los ingleses planean quemar vivos a los civiles alemanes, ¿qué pretenden hacer los alemanes con los judíos? Atengámonos a las fechas y comparemos las intenciones alemanas con las intenciones de personajes como Zinoviev y Kaufmann:

A comienzos de julio, Frank estaba de nuevo eufórico. El 12 de julio de 1940, informó a los jefes de los departamentos generales de su zona que el propio Führer había decidido que no se podrían enviar más transportes de judíos al Generalgouvernement. Por el contrario, la comunidad judía del Reich, del Protektorat y del Generalgouvernement debería ser transportada, "a la mayor brevedad imaginable", una vez firmado un tratado de paz, a una colonia africana o americana. La idea más extendida, dijo, se centraba en Madagascar, que Francia debería ceder a Alemania con este propósito expreso. Con una superficie de 500.000 kilómetros cuadrados, explicaba Frank, la isla (por cierto, en su mayor parte selva) podía albergar fácilmente varios millones de judíos. "He intervenido en nombre de los judíos del Generalgouvernement -continuaba- para que también esos judíos puedan beneficiarse de las ventajas de iniciar una nueva vida en una nueva tierra". Esa propuesta, concluía Frank, había sido aceptada en Berlín, de forma que toda la Administración del Generalgouvernement podía esperar un "colosal alivio" (Hilberg, R., La destrucción de los judíos europeos, Madrid, Akal, 2005, p. 226).
La fuente es totalmente fiable: nada menos que el clásico por excelencia sobre el Holocausto. Las conclusiones que se pueden sacar de este extraordinario texto son simétricas y opuestas, en un sentido moral, a las de la frase de Zinoviev. La intencionalidad de exterminar a los judíos, si existió después, como parece, no fue la originaria del régimen nazi. Hitler no quiso "desde el principio" perpetrar el holocausto. En cambio, sí hubo, "desde el principio", un proyecto genocida por parte del comunismo. Y ya en la Primera Guerra Mundial, se documenta un plan de asesinar a la población civil alemana por hambre mediante un bloqueo que se prolongó incluso después de la paz de Versalles. Churchill fue su autor y ejecutor. Un proyecto que vuelve a plasmarse en la obra de Kaufmann Germany must perish y que finalmente se pone en práctica con los bombardeos ingleses de exterminio de la población civil alemana. De esta manera, cuando los alemanes proponen conceder una nueva tierra a los judíos, los ingleses obstruyen esta "solución final". Los aliados tampoco aceptan inmigrantes judíos. No sólo no colaboran en la emigración de los judíos, sino que responden a Alemania con un plan de exterminio del pueblo alemán. ¿Puede sorprendernos que los alemanes, en la famosa Conferencia de Wansee y habida cuenta de la actitud aliada, decidieran convertir a los judíos en mano de obra esclava? ¿Puede sorprendernos que, a medida que los bombardeos crematorios contra civiles alemanes fuéronse intensificando, se acordaran del libro del "judío" Kaufman y endurecieran las condiciones de vida de sus supuestos compatriotas hebreos en los campos?
Genrij Yagoda, comunista soviético
bajo cuya administración fueron exterminadas
10 millones de personas.
Insistimos en que un genocidio no justifica moralmente otro genocidio. Pero si el "razonamiento Sebald" vale para dejar impunes las atrocidades de los aliados, ¿qué pasa cuando colocamos los hechos en su desarrollo cronológico real y aplicamos ese mismo razonamiento a las víctimas judías del Holocausto? De ahí la importancia de la tesis de Nolte, sobre la cual él mismo hace las siguientes consideraciones por lo que respecta a su carácter políticamente incorrecto:
No fui yo (conforme al sentido) el primero en hablar de "nexo causal" entre gulag y Auschwitz. Andrej Kaminski, que personalmente estuvo detenido en campos de concentración alemanes, escribió en 1982 lo siguiente en uno de sus libros: "Que los sabios alemanes hayan evitado hasta ahora tratar esta cuestión, tal vez podría ser comprensible. Toda referencia de un investigador alemán al hecho de que los campos de concentración nazis eran copia de los soviéticos habría tenido que provocar en la parte soviética y en la pro soviética uno de los conocidos tumultos de indignación incluso si el respectivo investigador hubiera evitado toda apariencia y hubiera puesto el mayor cuidado en no considerar los crímenes soviéticos como una disculpa para los nacionalsocialistas" (Los campos de concentración desde 1896 hasta hoy. Un análisis, Stuttgart, 1982, pp. 88 y ss.) (Nolte, E., op. cit., p. 33, n. 73).

Victor Gollancz.

Y añade Nolte:

Aún mucho antes informaba un "testigo ocular" especialmente importante sobre ese nexo: Rudolf Höss; pero la declaración respectiva, hasta donde yo sé, jamás fue mencionada en la literatura científica. Höss escribe lo siguiente: "Por parte de la RSHA fue transmitido al comandante (es decir, a él mismo) un voluminoso resumen de informes sobre los campos de concentración rusos. Por parte de algunos escapados, se informaba allí sobre el estado de cosas y las instalaciones hasta el mínimo detalle. Allí se resaltaba especialmente que los rusos exterminaron poblaciones enteras mediante grandes medidas de trabajos forzados" (Comandante en Auschwitz. Apuntes autobiográficos de Rudolf Höss, editado por Martin Broszat, Múnich -dtv- 1963, p. 139) (Nolte, ibídem).

Quisiera concluir este breve post, que redacto con ocasión del aniversario del criminal bombardeo de Dresde por los aliados, con unas afirmaciones de Victor Gollancz, un judío norteamericano que denunció el maltrato de la población civil alemana por parte de las autoridades de ocupación aliadas:

Soy judío, y a veces me preguntan por qué, en cuanto tal, me preocupo por el pueblo en cuyo nombre se han cometido contra mi raza infamias cuyo recuerdo me temo que, tal vez, no perezca jamás... aunque yo desearía que no fuese así. A veces, esa pregunta me la plantean, lamento decirlo, judíos como yo que han olvidado las enseñanzas de los profetas, si es que las han conocido alguna vez... Es realmente cierto que me siento llamado a ayudar a los alemanes que sufren precisamente porque soy judío, pero no, ni mucho menos, por la razón que la gente imagina... Se trata de una cuestión (...) de simple y llano sentido común no desviado por ese sentimentalismo que tergiversa el juicio y corrompe el espíritu de tantas personas. En mi opinión hay tres proposiciones evidentes por sí mismas. La primera es que nada puede salvar al mundo si no es un acto general de arrepentimiento, en lugar de la actual insistencia farisaica en la maldad de los demás, pues todos hemos pecado y seguimos pecando de la manera más horrible. La segunda es que lo que nos hace buenos es el buen trato, y no el maltrato. Y la tercera -por caer en el odioso lenguaje colectivo tan de moda en la actualidad-, que a menos que tratemos bien a los que nos han tratado mal, no llegaremos a ninguna parte, o, más bien, esa actitud dará mayores bríos al mal y conducirá directamente a la aniquilación de la humanidad (Gollancz, Victor, citado por Macdonogh, G., Después del Reich, Barcelona, Círculo de Lectores, 2010, pp. 545-546, fuente en nota 97).

Aunque dudo mucho que la salvación moral del crimen racista pueda encontrarse en la tradición judía, tal como pretende Gollancz, las palabras de este autor me parecen totalmente dignas de respeto y las asumo a título personal.


Jaume Farrerons
La Marca Hispànica
13 de febrero de 2011

AVISO LEGAL

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