viernes, abril 29, 2011

La gran prensa comienza a reconocer el holocausto alemán



LA POSGUERRA INCONFESABLE

La verdad va saliendo a la luz

http://www.adecaf.com/geno/dresde/dresde/postguerra%20inconfesable.pdf

http://www.adecaf.com/geno/dresde/dresde/La%20hora%20terrible%20de%20los%20vencidos.pdf

Poco a poco, las investigaciones historiográficas que hasta ahora sólo eran conocidas por especialistas o por personas interesadas en el tema como las que visitan esta bitácora, empiezan a llegar al gran público a través de la prensa escrita. Un ejemplo es el artículo "La posguerra inconfesable", publicado por La Vanguardia el 17 de abril de 2011 y en el que se reconoce un total de tres millones de víctimas alemanas entre militares prisioneros  y civiles durante la posguerra, es decir, vencida ya Alemania. Evidentemente, se trata de cifras muy rebajadas, que contrastan con las que hemos calculado nosotros, con un mínimo de 6 millones de víctimas; la de 3 millones es insostenible, basta con hacer el siguiente cómputo a la baja:


  • Bombardeos crematorios contra civiles.........1.100.000
  • Limpieza étnica provincias del Este...............2.500.000 
  • Limpieza étnica germanohablantes................1.000.000
  • Prisioneros de guerra.......................................2.000.000
  • Muerte tras violación..........................................200.000
  • Hambruna planificada (p. Morgenthau)........2.000.000
  • Campos para civiles.............................................100.000
  • TOTAL.............................................................8.900.000


Estamos ante el mayor genocidio de la historia y, desde luego, la prensa tardará muchos años, incluso décadas, en ajustar los cómputos de victimización, que pueden llegar hasta los 13 millones. El global varía sobre todo en función de cómo se calculen el número de afectados por las hambrunas que organizara el banquero Henry Morgenthau. No tenemos otro modo de determinar la gravedad de un genocidio que sumando muertos. Otra cosa sería fijar víctimas de primera y segunda clase, como pretenden los racistas de la extrema derecha judía.

Jaume Farrerons
La Marca Hispànica

jueves, abril 28, 2011

¿Qué significa negar el Holocausto? La oligarquía sionista mundial y el dogma de nuestro tiempo

Aquéllos que odien con toda su alma dicho criminal dispositivo racista de opresión mundial y aspiren a destruirlo, tienen que "negar" el relato oficial de "el Holocausto": no hay otro camino para avanzar hacia una auténtica democracia, allí donde todas las víctimas sean, por fin, iguales.














Supuesto de la presente entrada es la tesis de Norman G. Finkelstein, a saber: lo que se llama "el Holocausto" (con mayúsculas) "es una representación ideológica del holocausto nazi". Y añade el autor: "Como la mayoría de las ideologías, posee cierta relación con la realidad, aunque sea tenue" (Finkelstein, Norman G., La industria del holocausto, Madrid, Siglo XXI, 2002, p. 7). Finkelstein ha puesto el dedo en la llaga.

Vivimos en una sociedad que lo ha pisoteado todo, que permite, e incita incluso, la negación de las normas éticas, las creencias más sagradas, las ofensas étnicas, profesionales, religiosas, etc. Cualquier idea, fe, principio o cosa (el honor de las personas está protegido por la ley... si esas personas tienen dinero suficiente para la minuta del abogado) puede ser criticada (libertad de pensamiento), pero también ridiculizada (libertad de expresión). El relativismo moral, el "desenfado" de la cultura lúdica, el rechazo de que exista alguna verdad, en fin: éste es nuestro mundo, llamado liberal

Las consecuencias no se detienen aquí: el desarrollo canceroso de los cuerpos legislativos represivos, el aumento exponencial de la población penitenciaria que generan las sociedades liberales, son fenómenos colaterales que proliferan alrededor de este proceso de descomposición axiológica. Pues al demoler los controles normativos internos, autónomos, de la persona, en aras de una abierta cultura de la transgresión donde vulnerar las reglas por sí mismas (en tanto que reglas) tiene un valor estético, la sociedad sólo puede sostenerse ya a base de controles normativos externos. La vigilancia policial y la amenaza penal crecen al mismo ritmo que la "diversión" y el expansionismo irrestricto de las pulsiones instintivas. Y cuanta más "libertad", tanto más aparato coactivo.

Arriba, niños judíos; abajo, niños alemanes:
la sagrada unidad de las víctimas
El "Holocausto" como ideología del sistema liberal-oligárquico

Pero hay algo, incluso en las sociedades liberales, que no puede ser menospreciado, criticado, ni negado: Auschwitz. ¿Por qué? En primer lugar, porque es falso que el sistema, en última instancia, sea "liberal" según lo que él mismo define como tal. El liberalismo es sólo la máquina propagandística con que el capitalismo-sionismo machaca las culturas, las creencias e identidades nacionales de todos los pueblos del mundo, mientras "Israel" preserva celosamente la suya propia. Las motivaciones económicas de la globalización y del mercado mundial no deben hacernos olvidar sus motivaciones puramente ideológicas: fomentar el multiculturalismo, el mestizaje, etc. Y tras esta agenda hay otra, el programa bíblico del Eretz Israel. Este es el "racismo institucional": la agenda de la mezcla racial al servicio de un supremacismo étnico de extrema derecha.

!La verdadera faz del "progresismo" debería inspirar pavor!

La persistencia incorregible del liberalismo después de que sus efectos disolventes sean patentes, incluso para los ciudadanos menos prevenidos en su contra, sólo tiene una explicación: la destrucción del tejido social es querida y beneficia a alguien. ¿A quién?  Por supuesto, a la oligarquía. Y es esa misma oligarquía la que instaura el único dogma existente: el "Holocausto". Éste no puede ser transgredido y quien osa hacerlo no recibe el calificativo de "rebelde", siempre bien visto y hasta subvencionado en el marco del consumo o la "cultura", sino un "fascista", un "no-hombre".

Bien es cierto que la compulsión a la transgresión alimenta así, de paso, la existencia de "fascistas" reales que reproducen de forma mimética, para sentirse "malos" e inspirar miedo, el modelo del nazi de Hollywood. Algo frecuente entre adolescentes. Reviven el antifascismo con las inevitables agresiones, artículos de prensa sobre ataques de skin-heads, etc. Pero esta función latente u oculta del transgresivismo también estaba prevista y redunda, en última instancia, en beneficio del imaginario vigente.  Los "fascistas" callejeros son producto del sistema, que con ellos se complace en una suerte de profecía autocumplida de utilidad periodística y propagandística impagable.

Por ello puede afirmarse, sin incurrir en ninguna teoría de la conspiración: la oligarquía occidental es esencialmente sionista. Que la única creencia "sagrada" de la sociedad liberal -cuyas instituciones se disuelven a marchas forzadas en la confusión relativista- sea la narración del Holocausto, y que ésta resulte protegida incluso penalmente, equivale a una demostración en toda regla de la hegemonía ideológica sionista que no requiere de más comentarios.


La contradicción entre liberalismo y sionismo (=racismo)

El sistema oligárquico (articulado por poderes financieros y sectas bíblicas delirantes como el Chabad) se pretende liberal y no puede, supuestamente, institucionalizar ideología alguna como doctrina de Estado. Sin embargo, lo ha hecho, circunstancia que genera una chirriante contradicción entre los postulados jurídicos de libertad de expresión, opinión y pensamiento, por un lado, y las actuaciones concretas de la policía, las fiscalías y los tribunales contra los opositores "fascistas", por otro. Un ejemplo bien reciente de este fenómeno es la absolución de los responsables de la librería Kalki, Ediciones Nueva República y Centro de Estudios Indoeuropeos (CEI), perseguidos durante ocho años por sus ideas, y a los que el Tribunal Supremo español ha tenido que exonerar en última instancia a pesar de la irritación del fiscal y la rabia contenida de las acusaciones particulares.

Pero no nos hagamos ilusiones: el simple procesamiento es ya un castigo; la mera intimidación generada por unos tipos penales en blanco cuya interpretación depende del tribunal de turno, en este caso una tercera instancia de casación, la ruina económica, los problemas de salud, profesionales y familiares, son ya un atentado a las presuntas libertades democráticas... Y esto significa que el sistema oligárquico, formalmente liberal, ostenta una ideología, de la cual depende su legitimidad. En suma, que sólo es liberal en apariencia, como, no obstante, ha ocurrido siempre con el liberalismo, desde sus orígenes: un fraude burgués que tiende a disimular los poderes oligárquicos reales que imperan en las sociedades capitalistas. Tópico marxista que, pese a todos los errores del marxismo, sigue vigente en la actualidad.

En consecuencia, si se demostrara la falsedad de los supuestos hechos históricos en que se sustenta dicha narración dogmática, derrumbaríase el sistema liberal-oligárquico. Sus instituciones educativas, científicas, culturales, periodísticas, políticas y hasta judiciales, quedarían literalmente desacreditadas. Es por este motivo que existen unas leyes penales que lesionan, quiéranlo o no, la libertad de los ciudadanos. El coste simbólico que implican y que el sistema está dispuesto a pagar pone de manifiesto que con ellas intenta proteger un elemento vulnerable a la vez que imprescindible para ese sistema de dominación pública transnacional que emerge en occidente después de 1945.

Recordemos que dichas normas represivas aparecen sólo en un momento de la historia reciente de Europa muy posterior a la posguerra, a saber, cuando los movimientos revisionistas empiezan a dañar el mito narrativo antifascista, y no antes. Son una reacción antiliberal desesperada que pone en evidencia la fragilidad de uno de los pilares del sistema oligárquico. Por este motivo, cabe afirmar que la oligarquía puede ser derrotada y que la estrategia revisionista resultaría, grosso modo aunque con los debidos ajustes, correcta, porque no requiere de grandes medios económicos (impedimento material), ni derramamiento de sangre (impedimento moral), para perjudicar políticamente a los mayores criminales de la historia. La crítica historiográfica y filosófica representa, a todos los efectos, una manera de proceder completamente "limpia", siendo así que sólo compromete la inteligencia, la voluntad y el coraje cívico de unos disidentes que deben aceptar la posibilidad de sufrir represalias de todo tipo, pero que a su vez, si se mantienen fieles a la verdad, dependen exclusivamente de sí mismos. Por otro lado, dichos disidentes no vulneran en ningún momentos los preceptos que el propio liberalismo dice defender. Aunque no se sientan liberales, por razones obvias, los disidentes deben empuñar los principios jurídicos del liberalismo como arma contra la oligarquía, sin que ello comporte confundir liberalismo y democracia, como hacen algunos.

Con ello ya queda dicho que la única forma de atacar el poder oligárquico es usar la gigantesca masa inercial de los derechos humanos para abalanzarla contra el racismo, el irracionalismo, el obscurantismo y el reaccionarismo de la extrema derecha judía. No se puede combatir a la oligarquía sionista desde el fascismo. La lucha está perdida de antemano. Pero la defensa de algunos de los preceptos liberales no nos obliga a aceptar todo el lote. La disidencia no implica tampoco renunciar a la democracia; no fuerza a emplear la verdad como una mera táctica. Democracia y verdad son, en Europa, anteriores al liberalismo, proceden de nuestra herencia griega e indoeuropea. El liberalismo oligárquico está afectado por su vinculación con la oligarquía, el sionismo y el capitalismo, por ejemplo por lo que respecta a sus compromisos éticos hedonistas y eudemonistas, entre otros. Podemos desprendernos de aquél sin lástima. La exigencia de verdad forma parte del liberalismo sólo en tanto que éste se quiere ilustrado y fomenta la ciencia que necesita para el "crecimiento económico", no obstante lo cual el liberalismo nunca ha asumido la verdad como valor supremo. A pesar de que las sociedades tecnológicas deben sus avances a los imperativos éticos de racionalidad y objetividad científica, éstos se ponen al servicio de una "tecnociencia" y, por ende, de un mercado capitalista cuyo canon antropológico es el del "consumidor feliz" (e idiotizado). La ciencia ha de permanecer sometida a las necesidades de la empresa que la financia, pero también de la religión, siendo así que la exigencia de felicidad inherente al sistema económico de la acumulación constante de capital coloca las creencias ansiolíticas de una vida eterna más allá de la muerte u otras funcionalmente análogas por encima de la verdad racional. La biología, la física, las matemáticas, etcétera, en cuanto disciplinas académicas, nada tienen que decir sobre dios. Dichas creencias religiosas no pueden ostentar, ciertamente, un estatus de validez capaz de poner límites al mercado (excepto en el caso, único, del delirio bíblico sionista), pero entran en la vida privada como productos o servicios "espirituales" con el mismo rango que la gastronomía o los servicios sexuales de un prostíbulo. Todo contribuye al bienestar y el mercado nos quiere "optimistas" en la "búsqueda de la felicidad" (=consumo compulsivo). Dios se usa, al igual que una puta. Pero, en todo caso, en las sociedades liberales la verdad queda,  por lo que respecta al rango social, por debajo incluso de dichos "servicios" y bienes de consumo.


Más allá de la verdad científica racional

La finalidad de la legislación anti-negacionista es poner a salvo el único dogma del sistema, a saber, la religión cívica mundial del judío-víctima, que ocupa el lugar de Cristo en el centro de las creencias o conceptos límite intangibles -como la prioridad del mercado- que han de trascender de todo cuestionamiento, situándose más allá de la ciencia, de la verdad, de la racionalidad y de la crítica. !Esta subordinación de la razón a los "sentimientos" y no el "yo puro", es la definición misma del sistema! El antifascismo y la narración del holocausto generan una solución de continuidad simbólica, en el tejido social, entre el relativismo ético de la sociedad de consumo y el dogmatismo litúrgico de la religión oligárquica como tal. La fe en "el Holocausto" (Finkelstein) marca el camino de una universalización del judaísmo que ha de preservar la superioridad y separación de la raza sacerdotal sagrada en medio de una masa mundial de mestizos sin identidad nacional, de cretinos pasivos e idiotas que sólo se enciendan, como resortes, contra "los nazis" ("malditos bastardos"). Con la universalización de "el Holocausto" ingresamos poco a poco en un mundo hebreocéntrico del cual colgamos como apéndices, puesto que nosotros los gentiles no somos ni podemos ser judíos (la religión judía no es proselitista) aunque queramos. La subordinación de la ciencia a los intereses del mercado, es decir, del sistema capitalista, y la institucionalización legal del antifascismo con la normativa penal, son la cara material y espiritual de la misma negación de la verdad en que se basa el poder de la oligarquía financiera filosionista.

El sionismo (el antifascismo y la narración del holocausto), en primer lugar; las exigencias y necesidades del mercado (con el Estado como mero gestor), en segundo lugar; la (tecno)ciencia en tanto que instrumento del mercado y del poder oligárquico, en tercer lugar. Tal es el orden jerárquico de las instituciones en la sociedad liberal-oligárquica sionista mundial.

La oligarquía no puede, por tanto, tolerar que la verdad se instituya como un límite frente a su poder. Esto significa la palabra Yahvé (véanse mis entradas relativas a las pruebas sobre la inexistencia de dios). El sometimiento de la ciencia resulta fácil, puesto que las ciencias exactas o físicas, las más útiles desde el punto de vista económico, son especialidades y como tales ninguna de ellas abarca el conjunto, la totalidad de sentido existencial en que enquístase la función ideológica. Tales ciencias están indefensas intelectualmente ante el capitalismo a menos que una "teoría de la sociedad" con valor normativo, una antropología filosófica o una filosofía crítica se adhiera a ellas. Pero ya es tarde para la filosofía institucional, desarticulada desde dentro por los propios filósofos académicos. De la teoría crítica han dado buena cuenta asimismo, anticipándose a este posible peligro, los doctrinarios del sistema (por ejemplo, la Escuela de Frankfurt). Otra cosa es la filosofía no institucionalizada, independiente, una de las últimas trincheras de la resistencia anti oligárquica. Otra cosa podrían ser también las ciencias humanas como la historiografía, que afecta directamente a los intereses oligárquicos en la medida en que puede cuestionar la narración de "el Holocausto".

Ahora bien, el dispositivo de dominación debe dejar claro, aunque de forma tácita, que esta materia no está sometida a criterios de objetividad, de manera que ciertas teorías o esquemas interpretativos quedan fuera del debate y amparados por ley. Por otra parte, los historiadores profesionales tienen que hacer "como si" ellos hubieran llegado a las mismas conclusiones que las impuestas por el Estado de manera razonada y libre, aunque esto no sea cierto. La academia debe decir que el "negacionismo" es falso porque no se corresponde con los hechos, no puede confesar jamás que el "negacionismo" es falso porque de lo contrario el historiador va a la cárcel o, como poco, pierde su reputación y su puesto de funcionario público. Existe una producción científica de utilidad económica basada en los imperativos de las empresas que sufragan los departamentos de investigación, y una producción científica (las ciencias humanas y sociales) de utilidad simbólica, basada en los imperativos de fundamentación de la ideología antifascista oficial. La selección de los temas, de los objetos, de las líneas de trabajo, viene marcada por unas directrices previas. La autocensura hace el resto. Quien se sale del camino es expulsado al submundo del ostracismo y la marginalidad profesional. Las ciencias humanas y sociales se han convertido así en tecnociencias de la propaganda con el mismo valor que el periodismo, y su decadencia universitaria es tan profunda, pese a las apariencias, como la de la filosofía de cátedra.  Ésta es la ciencia, hoy. Y a esto se le llama liberalismo.

Aclaremos ahora qué significa "negar el Holocausto" (con mayúsculas).

Holomodor: campesino ucraniano
víctima del bolchevismo
Consecuencias de negar el Holocausto

Si la sociedad occidental tuviera conciencia de que la narración de "el Holocausto" es falsa, el sistema oligárquico mundial se derrumbaría. Aquéllos que  rechacen dicho aparato criminal de opresión y aspiren a destruirlo, tienen que negar "el Holocausto", no hay otro camino para avanzar hacia la democracia.

Pero negar el Holocausto no puede consistir en rechazar que existiera una persecución nazi de los judíos y que ésta generara millones de muertos en campos de concentración o fosas de la estepa rusa, como pretenden los revisionistas. La tarea de los revisionistas por lo que respecta a redimensionar los hechos, recortar el número de víctimas, desmontar el mito del plan de exterminio y de las cámaras de gas, etc., ha sido muy meritoria. El sistema ha quedado gravemente afectado, de ahí la legislación represiva. Pero ahora ha llegado el momento de reinterpretar la narración en su conjunto, no de analizar hechos aislados, por muy importantes que éstos sean, intentando llegar a un "cero" de criminalidad "nazi" que es francamente insostenible desde una actitud honesta.

La legislación "contra el odio" no tiene como finalidad amparar a las víctimas del holocausto, sino, ante todo, ocultar el contexto histórico en que se produce el hecho -exagerando, eso sí, sus dimensiones y características- de la persecución antisemita. Pero el contexto histórico del holocausto son otros crímenes perpetrados por la oligarquía. Las leyes que prohiben banalizar el holocausto aquello que pretenden en realidad es impedir la denuncia de los "genocidios olvidados". Las leyes anti-banalización vienen a fijar como norma la exigencia de banalizar ciertos (otros) genocidios; el mandato político antidemocrático, cuya transgresión es castigada penalmente, de no recordar los crímenes de masas de los vencedores, de minimizarlos, de justificarlos, de negarlos... La legislación liberal de derechos humanos desemboca así en... la negación de los derechos humanos; la ley contra la apología del genocidio en... la apología del genocidio (de los alemanes); las leyes liberales contra el racismo en... la institucionalización de un racismo ultraderechista judío. Estas legislaciones, en definitiva, parten del supuesto sionista de unas víctimas judías convertidas en víctimas de "primera clase" frente a otras víctimas de segunda clase, o incluso no-víctimas, que ni siquiera se merecen un juicio, que no pueden ser recordadas, equiparadas, comparadas, hermanadas con las víctimas de Auschwitz. Todo este fraude, que ya dura 60 años, es moral y políticamente gravísimo, nauseabundo, intolerable... En estos preceptos legales "antifascistas" aquello que se manifiesta, entre líneas, es el espantoso rostro exterminador de la oligarquía sionista que los palestinos sufren cada día, como único y verdadero pueblo universal actual, en su propia carne.

En consecuencia, negar el holocausto no puede consistir en afirmar simplemente que no existió, sino en denunciar los genocidios de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial. Se niega la narración, el marco de sentido, el "horizonte hermenéutico" (sionista) de fondo, no el factum. Sólo la evidencia y la conciencia pública de estos (otros) facta espantosos permitirá dar el "salto" exegético, a saber, la comprensión de por qué el holocausto tuvo que ser exagerado: lo fue con el fin de ocultar los horrores del "humanismo" que la historia mítica de Auschwitz había de minimizar. Dado que los genocidios, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad de los vencedores eran enormes, para hurtarlos a la conciencia pública el holocausto debía adquirir unas dimensiones cósmicas, ubicarse más allá de la razón, resultar a la postre inexplicable, encarnar el "mal absoluto", etc. Así surgió el Holocausto con mayúsculasAntes que ofender a las víctimas de la persecución nazi, se trataría así de rescatarlas, siendo así que éstas devienen criminalmente instrumentalizadas para negar, ofender, banalizar a otras víctimas del mismo delito en cuanto tales. Un niño judío fallecido de tifus en Auschwitz está siendo utilizado como arma propagandística para asesinar por segunda vez al niño quemado vivo en Dresde. No otro es el canallesco modelo de la legislación oligárquica sobre la memoria histórica y la lucha antirracista. La verdadera ofensa contra las víctimas del holocausto es esta obscena manipulación política de un genocidio por parte de otros genocidas, del asesinato de unos inocentes, para justificar, menospreciar y, a la postre, negar, el exterminio de otros inocentes. El niño judío y el niño alemán -víctimas iguales- están más próximos entre sí de lo que lo están los sionistas y mercachifles de la industria de "el Holocausto" respecto de sus propios muertos. El genocida antisemita y los genocidas comunista, liberal o sionista forman un bloque abominable frente a la unidad moral de todas las víctimas. Y es esa unidad la que, con la narración fraudulenta de "el Holocausto", ha sido rota y mancillada a manos de los asesinos antifascistas.

Familia alemana asesinada por el ejército rojo

Por los mismos motivos, la negación política pública del Holocausto, es decir, el recuerdo de los genocidios olvidados, no puede consistir en una reivindicación del fascismo como ideología de partido (harina de otro costal es la reflexión filosófica). Pues, por mucha contextualización de los hechos a la que se quiera llegar, el holocausto (con minúsculas) existió y no se puede justificar de ninguna de las maneras. El imperativo de un compromiso con la verdad y la democracia que es anterior, humana y espiritualmente, al uso puramente estratégico de los principios "liberales" (en los que no creemos pero que podemos arrojar como arietes contra la oligarquía para abrir una brecha en el muro de su ciudadela), nos prohibe todo intento de resucitar la política fascista. Hacerlo sería entrar en el terreno del "(anti)fascismo", que conforma una polaridad dialéctica. Sería como declararnos "gentiles" frente a los judíos o "payos" frente a los gitanos. Sería como proclamarse, en la Edad Media, partidario del demonio, es decir, hacer nuestro un sistema simbólico en el que ya tenemos asignado ese lugar narrativo donde nuestras posibilidades de expresión y argumentación racional serán tasadas de antemano en beneficio de la otra parte, es decir, en el interior de su universo lingüístico clausurado. La lucha contra la inquisición no consiste en postularse seguidor de Satán, sino en negar la validez del entero dispositivo simbólico teológico  a partir de uno de los elementos (la verdad racional) que ese mismo dispositivo reconoce -y se ve obligado a reconocer- sólo instrumentalmente, aunque le resulte, en última instancia, "disfuncional".  Ahora bien, en el lenguaje "natural", el holocausto puede explicarse, pero quedará siempre más acá de toda posible legitimación. Cabe distinguir conceptualmente "fascismo" y "holocausto", ésta es, sin duda, una tarea teórica legítima, pero trasladar dicha distinción al lenguaje ordinario rebasa las fuerzas no ya de un hablante, sino de todos los hablantes teóricos en el supuesto impensable de que llegárase a un consenso sobre el tema. Mientras tanto "fascismo" significa "holocausto" por orden del diccionario. Ninguna política puede surgir de semejante factum lingüístico a menos que una política no fascista pero hegemónica decidiera restablecer el sentido válido de las palabras en beneficio de otro campo político distinto, es decir, como poco, presuntamente rival. Pero, ¿qué política podría hacerlo, excepto una política solapadamente "fascista"? Lo que es tanto como decir: una política imposible. El fascismo "político" no podrá así salir, jamás, de este círculo vicioso por sus propias fuerzas y la prueba de ello es que los propios fascistas, cuando aceptan tácitamente que lo son, han abandonado el vocablo; sin sacar, empero, las necesarias consecuencias ideológicas de este acto: la extinción definitiva, irreversible, del fenómeno fascista, que ellos mismos condenan a la nulidad.

Jaume Farrerons
La Marca Hispànica
28 de abril de 2011

AVISO LEGAL

http://nacional-revolucionario.blogspot.com.es/2013/11/aviso-legal-20-xi-2013.html

 

miércoles, abril 20, 2011

Anotaciones preliminares sobre las causas del holocausto (9)

He andado a la búsqueda de un testimonio documental sobre la causa inmediata del holocausto, a saber, la hipótesis de que se redujo a una reacción difusa (funcionalismo crítico), típica del pogrom, frente al plan de exterminio del pueblo alemán publicado por el judío norteamericano Theodore N. Kaufman en 1941, cuya amplia resonancia en la prensa estadounidense impide calificar de mera extravagancia (sobre todo si tenemos en cuenta, por otro lado, lo que sucedió después). Dicha publicación, perpetrada en América (!todavía se puede comprar el libro en las librerías!), fue seguida en Alemania de una campaña propagandística de la prensa nazi que sirvió para convencer a los alemanes de que las afirmaciones de Hitler sobre "los judíos" podían ser del todo ciertas. Y finalmente, un tercer factor, consecutivo a los anteriores, actuó como detonante de la venganza hacia el pueblo hebreo, sin distinciones, que explicaría el desencadenamiento del pogrom: la campaña de bombardeos terroristas emprendida por Inglaterra inmediatamente después de publicado libro de Kaufman. Una actuación que puede ser calificada de crimen de guerra y que los alemanes no pudieron dejar de relacionar con Germany must perish. Pues bien, finalmente, he podido detectar dicha prueba documental releyendo un viejo libro que, en primera instancia, me pasó desapercibido, pero que contenía justamente ese testimonio del que, a mi entender, todos los historiadores deben de ser ya conscientes pero han silenciado por razones obvias.

Fascistas: una mirada desde el otro lado

Voy a reproducir, en primer lugar, el fragmento de Hannah Arendt:

Los bombardeos intensivos de las ciudades alemanas -la habitual excusa en que Eichmann se amparaba para justificar la muerte de los ciudadanos civiles, y que es todavía la excusa habitual con que en Alemania se pretende justificar las matanzas- fueron la causa de que unas imágenes distintas de las atroces visiones que se evocaron en el juicio de Jerusalén, pero no por ello menos horribles, constituyeran un espectáculo cotidiano, y esto contribuyó a tranquilizar, o, mejor dicho, a dormir, las conciencias, si es que quedaban rastros de ellas cuando los bombardeos se produjeron, aunque, según las pruebas de que disponemos, no era este el caso (Arendt, H., Eichmann en Jerusalén, Barcelona, Ed. Lumen, 1967, pp. 168-169).

Si hemos creer a Arendt, nada menos que una filósofa, los alemanes tenían que contemplar cómo los aviadores ingleses vulneraban todas las leyes de la guerra quemando vivos, de forma deliberada y como objetivo principal de sus ataques aéreos, a ancianos, mujeres y niños no combatientes, pero, al mismo tiempo, convencerse de que este hecho no había de influir en sus convicciones sobre la vigencia de los principios que rigen la civilización. Y además, los alemanes estarían obligados a  soportar dichos bombardeos sabiendo que formaban parte de un plan de exterminio diseñado y hecho público por un judío, sin que ello afectara a su actitud, hasta entonces complaciente en el peor de los casos, pero en general no favorable, ante la evidencia de que los judíos estaban siendo deportados a campos de concentración. En suma, se pide a los alemanes algo que no se pide a los angloamericanos o a los soviéticos, pues normalmente se justifica el trato dado por éstos a los civiles alemanes apelando a los crímenes cometidos previamente por "los alemanes" (un ente que no puede ser sujeto de derecho penal). Lo que parece natural cuando se trata de victimizar a la población alemana, deviene mera "excusa" si esa misma población experimenta idénticos sentimientos de indiferencia o revancha hacia los judíos. No olvidemos el famoso "razonamiento Sebald", al que ya me he referido en ocasiones anteriores. Lo repetiremos aquí. ¿Qué es el (obsceno) "razonamiento Sebald"? Es la afirmación de que "los alemanes se lo buscaron", e incluye la exoneración implícita de las atrocidades perpetradas contra la población civil germana a cuenta de los abusos cometidos "antes" por las autoridades alemanas o sus tropas. Veámoslo:

Goldhagen
La mayoría de los alemanes sabe hoy, cabe esperar al menos, que provocamos claramente la destrucción de las ciudades en las que en otro tiempo vivíamos (Sebald, W. G., Sobre la historia natural de la destrucción, Barcelona, Anagrama, 2003, p. 111).

También la obra Después del Reich (After the Reich), de Gilles Macdonough, juega con el símbolo del justo y merecido castigo de los alemanes, que se hace extensivo a la población civil aunque, en términos jurídicos, esta argumentación constituya formalmente un delito de justificación del genocidio. En la traducción española de la obra de Macdonough, se ha modificado incluso el subtítulo, de manera que, allí donde en el original inglés reza The brutal history of the allied occupation, la traducción ha optado por uno más "pedagógico" para el (presumiblemente) estúpido lector castellano, en el que, en una frase, se le resume el contenido y el mensaje moral del libro: Crimen y castigo en la posguerra alemana. Así pues, primero hubo un crimen y después un "merecido" castigo (¿contra los niños?). El autor abunda en esta línea interpretativa de los hechos cuando afirma:

Este libro trata de la experiencia de los alemanes en la derrota. Habla de la ocupación que se les impuso tras las criminales campañas de Adolf Hitler. En cierta medida, es un estudio sobre su resignación, sobre su aceptación de cualquier forma de indignidad, al ser conscientes de los grandes males perpetrados por el Estado nacionalsocialista. No todos los alemanes estuvieron, ni mucho menos, implicados en aquéllos crímenes, pero al margen de unas pocas excepciones, reconocieron que su sufrimiento era un resultado inevitable de los mismos. No excuso los crímenes cometidos por los nazis, y tampoco dudo ni un momento del terrible deseo de venganza que suscitaron (Macdonough, G., Después del Reich, Barcelona, Círculo de Lectores, 2010, p. 11).

Nótese que esta afirmación de Macdonough no casa con la de Arendt cuando ésta protesta por el hecho de que los alemanes, al parecer, no aceptaban su culpa. Más bien, todo indica que los alemanes explicaban su tolerancia, su pasividad, su desprecio incluso, hacia la persecución de los judíos, como la consecuencia inevitable de la transgresión previa de las normas de la guerra y, por ende, de los principios de la civilización, por parte de Rusia, primero, e Inglaterra, después. En el caso de Rusia, las fechas son claras y no cabe duda de que "el gulag precede a Auschwitz" (Nolte). Cuando los alemanes invaden la URSS, el régimen bolchevique ha exterminado ya a 13 millones de personas, lo que no impide a los ingleses hacer causa común con Stalin a pesar de que el holocausto -!ni siquiera el de Hollywood!- no ha empezado todavía. En el caso de Inglaterra, la cuestión de las fechas se convierte en el dato decisivo que conviene estudiar, pues el esquema crimen-castigo supone una secuencia cronológica en la que, si se quiere abonar el "castigo", hay que acreditar un crimen que preceda en el tiempo a la reacción punitiva.

Sebald
La cuestión cronológica

Arendt es bien consciente de ello cuando, a renglón seguido de su peyorativa referencia a la "coartada" de los bombardeos, se apresura a "aclarar" la cuestión cronológica en los siguientes términos:

La maquinaria de exterminio había sido planeada y perfeccionada en todos sus detalles mucho antes de que los horrores de la guerra se cebaran en la carne de Alemania (...) (Arendt, H., op. cit., p. 169).

También Sebald, a fin de justificar el genocidio contra el pueblo alemán, apela a la mencionada secuencia cronológica ("los alemanes empezaron"), con argumentos como el siguiente:

Esa embriagadora visión de destrucción coincide con el hecho de que también los bombardeos aéreos realmente pioneros -Guernica, Varsovia, Belgrado, Rotterdam- se debieron a los alemanes (Sebald, W. G., op. cit., p. 111).

Finalmente, un tercer investigador de renombre, nada menos que el "elegido" Daniel Goldhagen, alude a también a la responsabilidad alemana apelando inmediatamente a la "eximente secuencial":

La crueldad sistemática demostraba a todos los alemanes implicados que sus compatriotas trataban a los judíos como lo hacían no porque hubiera alguna necesidad militar de hacerlo así ni porque los civiles alemanes muriesen bajo los bombardeos aéreos (la crueldad sistemática, como gran parte de la matanza genocida, precedió a los devastadores ataques aéreos), no por cualquier justificación tradicional para matar a un enemigo, sino por una serie de creencias que definía a los judíos de una manera que exigía su sufrimiento como castigo, una serie de creencias que tenían como consecuencia un odio tan profundo como un pueblo probablemente jamás ha sentido hacia otro (Goldhagen, D., Los verdugos voluntarios de Hitler. Los alemanes corrientes y el Holocausto, Madrid, Taurus, 4ª edición, 2003, p 479).

"Mucho antes", "pioneros", "precedió", "resultado inevitable"... Los términos utilizados son claros, todos ellos aluden a la secuencia cronológica. Se trata de un elemental análisis semántico de discursos típicamente narrativos, como los de las novelas, los cuentos y las películas, donde debe quedar claro "quién es el malo".
 

El razonamiento Sebald

Pero, antes de continuar, vamos a centrarnos primero en la validez del razonamiento (in)moral de Sebald, que no se sostiene. Pues viene a sugerir que los crímenes cometidos contra los civiles alemanes resultan aceptables (=jurídicamente impunes, moralmente menos graves) debido a los crímenes previos cometidos por los combatientes o las autoridades alemanas. Se pretende así, sin enrojecer de vergüenza, que quemar vivos a los niños "teutones" estaría, de alguna manera, "justificado", porque los padres de esos niños cometieron previamente otros crímenes. !Y son autores presuntamente democráticos quienes así escriben! Insisto en que tal argumento es delictivo porque entraña una legitimación del genocidio. Y si estos autores no van a la cárcel no es porque hayan empleado un lenguaje sutil e indirecto, como en el caso de Sebald cuando dice "los alemanes provocamos la destrucción de las ciudades" (no dice "los alemanes merecíamos que quemaran vivos a nuestros hijos"...), sino porque la ley permite de facto que se acepte e incluso se celebre el exterminio de alemanes, siendo así que la legislación contra la banalización del genocidio o el genocidio mismo sólo protege a las víctimas judías (reales o imaginarias) y nada más que a las víctimas judías. Como mucho, podría amparar a otras víctimas del Eje, pero a regañadientes (y no se conoce, creo, un solo caso en lo tocante a la "justificación"). Nunca, jamás, ha protegido a las víctimas de los regímenes de Moscú, Washington, Pekin, París, Londres o Tel Aviv. Es una norma racista, como, en la práctica, todas las de la oligarquía en materia de genocidio. La imagen del "matar alemanes" representa así una fiesta permanente que forma parte de la cultura lúdica de la modernidad.

Quede, pues, claro, que abomino del "argumento Sebald", y no por motivos jurídicos, por miedo a que me persigan penalmente al notar que podría volverse del revés, en perjuicio de los judíos, sino porque me parece un auténtico despropósito ético que un niño, hebreo o "teutón" (o de cualquier otra etnia), pueda de alguna manera ser objeto de "castigo" por los crímenes que hayan podido perpetrar sus padres o cualesquiera adultos. Y hago extensiva esta afirmación -y este derecho- a todas las personas inocentes, no sólo a los niños, entendiendo inocencia en el sentido estrictamente jurídico, no ético ni mucho menos poético, de la palabra, pues sólo se puede penar al culpable individual dentro de los límites marcados por la ley, de manera que toda "venganza" colectiva, ya sea contra alemanes, ya contra judíos, ha de ser condenada sin paliativos.

Ahora bien, a tenor de la "comprensión" "humana" (?) y "progresista" que encuentran las atrocidades cometidas en perjuicio de los civiles alemanes, y dentro de un terreno psicológico que el propio Macdonough ha acotado en términos de un "deseo de venganza" irrefrenable, la cuestión cronológica adquiere su importancia. Pues existe una diferencia de orden estrictamente psíquico entre la venganza atroz que se comete en respuesta a una fechoría previa, y la atrocidad causa sui o que no responde, en el mejor de los casos, más que a la crueldad. La primera es de iure condenable, pero "comprensible" psicológicamente de acuerdo con todo lo que sabemos sobre el funcionamiento animal de la mente humana. La segunda, en cambio, despierta una repulsión sin límites, porque para el torturador por placer no existen excusas (aunque pueda ser un enfermo, como ocurre en muchos casos). Y es un hecho que los crímenes cometidos por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial se "justifican", sotto voce o de manera oficiosa, solapada e hipócrita, apelando a esa indignación y viril deseo de venganza ante unos hechos monstruosos, sin explicación alguna excepto la del sadismo, la crueldad o la "maldad absoluta", que los alemanes habrían provocado "primero" por sí mismos.

Macdonough
La explicación psicológica del holocausto

De ahí la importancia de la cronología a efectos de fijar "las causas del holocausto". Pues la insistencia de los autores citados a la hora de consignar la precedencia en el tiempo de los crímenes alemanes, demuestra que una simple inversión de la secuencia colocaría a los vencedores en una difícil situación política; siendo así que se demostraría que el holocausto fue una simple reacción de venganza frente a unos hechos monstruosos, anunciados de antemano y cometidos con anterioridad (o posterioridad) a aquél por quienes, ahora, apelan a nuestra voluntad de comprensión humana, que habría de explicar por qué quemaban vivos a niños o violaban a mujeres alemanas hasta matarlas. Si resulta que "los aliados empezaron primero", entonces estos actos, habitualmente exonerados por la conciencia popular, adquirirían un cariz harto distinto.

Abundando más en el problema de la secuencia, nótese que, en el caso de la Guerra Civil Española de 1936 a 1939 (donde los vencedores son los fascistas y el orden de la secuencia crimen-punición coloca a los rojos en el primer término), quienes, desde posiciones progresistas, habitualmente justifican la masacre de civiles alemanes apelando a los crímenes del nazismo, y así como justa o, al menos, comprensible venganza, el exterminio de millones de inocentes, de repente modifican la vara de medir y afirman que las represalias franquistas contra chequistas y políticos republicanos responsables de todo tipo de crímenes en perjuicio de la población presuntamente afecta al bando nacional, constituyeron una "mera venganza" y, por lo tanto, un genocidio sin justificación. En definitiva, existe aquí un vicio de fondo en el razonamiento moral del antifascismo, que hace aguas por todos lados. De manera que, para decirlo claramente, uno no sabe si está tratando con personas o con auténticos cerdos.


"Hoy, muerte a todos los alemanes. Toda mujer y todo niño alemanes que mueren son una contribución para la seguridad y la felicidad futuras de Europa"
Gerald Brenan, historiador antifascista, 25 de junio de 1941, dos años antes de que empezara el holocausto, versión Hollywood inclusive, y con 13 millones de víctimas de los bolcheviques ya contabilizadas en Rusia.
(Nicholson Baker, Humo humano, Barcelona, Debate, 2009, p. 319)

Brenan
Pero vayamos, por fin, a la cuestión de los hechos. ¿Precedieron realmente en el tiempo los crímenes (injustificables) de los alemanes a los crímenes (injustificables pero justificados) de los aliados? ¿O el holocausto fue una reacción de venganza ante el plan Kaufman y los bombardeos terroristas ingleses interpretados como primera fase en la aplicación de ese plan? Pues bien, esta última es precisamente nuestra tesis.

Para demostrarla, bastará evidenciar que, en el año 1941, fecha en que se publica el libro de Kaufman y los ingleses ponen en marcha el plan de bombardeos terroristas, los alemanes tienen previsto enviar a los judíos a Madagascar y han ofrecido la paz a Londres. ¿Se puede estar "diseñando" el asesinato en masa de las mismas personas a las que uno pretende trasladar a una isla del Océano Índico?  Por otro lado, nadie ha dudado nunca de la sinceridad de esa propuesta de Hitler. La intención de Alemania era atacar Rusia, gobernada por un régimen criminal donde los haya. La victoria de Hitler sobre el comunismo habría ahorrado al mundo cien millones de víctimas, el mayor genocidio de la historia. Los nazis no buscaban a la sazón exterminar a los judíos, sino expulsarlos del país, así que con la paz habríase ahorrado también el holocausto. Los nazis no querían arrasar Londres, sino evitar una guerra aérea contra ciudades a pesar de las constantes provocaciones británicas (que Churchill ordenaba, precisamente, con la esperanza de que una airada represalia alemana soliviantara a los ciudadanos británicos y justificara el rechazo de las ofertas de paz del Tercer Reich). Estos son hechos y Arendt miente conscientemente, al igual que miente Goldhagen, cuando sostiene que los alemanes ya habían diseñado el holocausto en el momento en que los bombardeos terroristas "se ceban sobre la carne de Alemania". !El holocausto no comienza sino hasta finales de 1942 y los bombardeos terroristas se conciben y aplican desde 1941! !No se conoce ninguna prueba de plan alemán alguno de exterminio de los judíos que santifique al Bomber Command de Harris porque dicho plan no existió nunca! Incluso la famosa Conferencia de Wansee no va más allá de la deportación (en este caso, al Este). El orden secuencial es justamente el inverso: los bombardeos desencadenan el pogrom de forma espontánea. Miente Sebald cuando equipara los ataques aéreos a Rotterdam, Varsovia, Belgrado y otras localidades, actuaciones por lo demás brutales, con bombardeos cuya finalidad expresa era exterminar al máximo número de civiles quemándolos vivos, pues aquéllos se practican sobre objetivos militares con una finalidad estrictamente militar, que cesa cuando el mando de la ciudad se rinde. Pero, para el gobierno de Londres, las ciudades alemanas no eran objetivos militares, sino terroristas. Con dichos ataques se pretendía, sobre el papel, que la población así castigada por la guerra se alzara contra Hitler. Sin embargo, los bombardeos no cesaron cuando el alto mando inglés observó que el efecto era exactamente el contrario del esperado. Y los ataques continuaron, con mayor virulencia si cabe, cuando Alemania había sido ya vencida por la alianza de cuatro imperios mundiales. ¿Por qué prosiguieron los bombardeos? Porque el objeto de esos ataques no era militar y ni siquiera político, sino que se trataba de "matar al máximo número de alemanes". No es menester buscar nada más complicado que eso. En consecuencia, estamos ante un plan de exterminio y un genocidio en toda regla. Y por si quedaban dudas, éste se consumó (plan Morgenthau, expulsión y masacre de los alemanes del Este, asesinato de 1 millón de prisioneros desarmados, etc.) después del cese de las hostilidades, como el libro de Macdonough ilustra a pesar de sus paños calientes.

Una mirada desde el otro lado.

En consecuencia, el misterio de la Shoah queda, a mi entender, aclarado. Quienes afirman que el holocausto resulta, a la postre, un hecho incomprensible que nos muestra la evidencia de un mal absoluto en los abismos del corazón humano (y otras monsergas), no son más que unos falsarios a sueldo de la oligarquía sionista transnacional. La explicación de Auschwitz carece de misterios, excepto los que se hayan fabricado a base de suprimir incómodos elementos causales que estaban bien a la vista de los contemporáneos pero ponían en evidencia la espantosa verdad de la culpa aliada. Para decirlo con Sebald, pero invirtiendo los términos, los aliados, al final de la guerra, provocaron ese pogrom contra los judíos que fue Auschwitz. Leen bien: los "demócratas", los comunistas y los sionistas quisieron de alguna manera el exterminio judío, por distintos motivos, como el psicópata quiere que su víctima pierda los estribos y cometa un error a fin de poder crucificarla. Así funcionó con el bombardeo de Coventry. Y sigue funcionando, por ejemplo: el 11-S. Por lo que respecta a la mafia sionista, ocioso es subrayar que la intención de negociar con los muertos y construir un muro de victimización e impunidad entorno a esa ciudadela sitiada que había de ser el Estado de Israel, convertía el holocausto en un negocio muy rentable. El antisemitismo ha sido siempre el revulsivo de la extrema derecha judía. La responsabilidad de Londres, Moscú y Washington en los hechos, por activa y por pasiva, resulta así inmensa. ¿Esperaban los plutócratas y comisarios bolcheviques que Hitler respetara los derechos humanos de sus presos mientras las "almas bellas" del "bien" vulneraban todas las normas de la civilización? ¿Tenían que ser los guardianes de los Konzentrationsläger unos virtuosos de la legislación humanitaria después de contemplar los cadáveres incinerados de sus esposas y niños de pecho? ¿Se detuvieron a pensar algún momento, canallas como Churchill, entre puro y puro regado con copa de cognac, que los SS darían quizá a los judíos el mismo trato que sus aviadores daban a los civiles alemanes? ¿No era Alemania una horrible dictadura? ¿O acaso pensaban que Alemania respetaría, siendo esa horrible dictadura, lo que Inglaterra no respetaba pretendiéndose una democracia pagada de sí misma? En el caso de los crímenes contra el pueblo alemán, el asesino afán británico de "matar teutones", cuantos más mejor, cuanto más inocentes e indefensos, tanto mejor, y a ser posible a la hora del té, una pulsión repulsiva que ya se detecta en la prolongación del bloqueo marítimo contra Alemania después del fin de la Primera Guerra Mundial, pertenece al orden, si no de los misterios, sí de la extrema miseria del género humano. Hasta el punto de que no se puede separar la hambruna provocada por dicho bloqueo habiéndose ya firmado el Tratado de Versalles (400.000 víctimas, la mayoría niños) y el estado de ánimo popular que generó ascenso del nazismo. Y, claro, la respuesta alemana a Theodore N. Kaufman y sus secuaces del RAF Bomber Command  fue el holocausto.

Jaume Farrerons

lunes, abril 04, 2011

Anotaciones preliminares sobre las causas del holocausto (8). Un pogrom cristiano

Pogrom de Rindfleisch en 1298

Una de nuestras tesis es que, en el holocausto, dejando por un momento a un lado cuáles fueran en realidad las dimensiones y características del hecho, vino a ser perpetrado por fascistas cristianos en tanto que cristianos, no en tanto que fascistas. El motivo es doble: 1/ el fascismo surge en el seno del socialismo marxista como una reflexión moral y política sobre la validez de las "ideas modernas" basada en la filosofía de Nietzsche; y aunque en Nietzsche se detecta una crítica del judaísmo como prolegómeno a la crítica del cristianismo, el rechazo de este filósofo hacia el antisemitismo (un fenómeno cristiano) es claro, inequívoco y fundamental; 2/ en los orígenes políticos del fascismo, en Italia, la presencia de judíos es esencial e inseparable del hecho de que el nacionalismo italiano se había construido en lucha permanente contra el dominio del Vaticano, que era el que mantenía a los judíos cautivos en el ghetto. Entre los primeros fascistas había así un contingente enorme y significativo de hebreos que veían en el fascismo fundacional, en tanto que nacionalista, revolucionario y nietzscheano a la vez, el camino de su liberación como ciudadanos. Sólo la derechización del fenómeno fascista, que servirá de modelo al fascismo alemán, más tardío y, a una con ello, la importancia y el peso creciente de los antisemitas cristianos (en Alemania no sólo católicos, sino principalmente evangélicos), desembocará en el holocausto, el cual no se habría producido de mantenerse el fascismo fiel a sus raíces filosóficas (Nietzsche).

Ya hemos hecho referencia en otro post a la importancia del antisemitismo en el protestantismo luterano, pero conviene refrescar ahora un poco la memoria sobre las persecuciones y exterminios antisemitas exonerados a lo largo de la Edad Media por la Iglesia católica romana. Véase, a propósito de este tema, el resumen de Gustavo D. Perednik, basado en el libro de Jules Isaac Las raíces cristianas del antisemitismo (1956):

Pero la peor parte del martirio judío fueron sin duda las matanzas, que desde la antigüedad habían tenido lugar esporádicamente, y desde las Cruzadas fueron sistemáticas. La judeofobia fue superando su crueldad a lo largo de los siglos, y cada superlativo iba empequeñeciéndose por eventos posteriores.
Matanzas bajo dominio cristiano, datan ya de los primeros siglos. En Antioquía (ciudad que asumió en el Este la importancia de Alejandría) facciones enfrentadas (los azules y los verdes) terminaron por masacrar judíos e incendiar la sinagoga de Daphne junto con los huesos de las víctimas (circa 480). El emperador Zenón se limitó a comentar entonces que hubiera sido preferible quemar a los judíos vivos.
Pero esas masacres ocasionales devinieron en norma durante la primera mitad de este milenio, el período en el que la Iglesia alcanzó el cenit de su poder. A modo de resumen, digamos que los principales genocidios de judíos en la primera mitad del milenio tuvieron lugar en el transcurso de cada una de las tres primeras Cruzadas, y de cuatro campanas judeofóbicas que las sucedieron. Añadiré a su enumeración, el ano y el nombre de los cabecillas, a saber: la Primera Cruzada (Godofredo de Bouillon, 1096); la Segunda Cruzada (el monje Radulph, 1144); la Tercera Cruzada (Ricardo Corazón de León, 1190); los Judenschachters (Rindfleisch, 1298); los Pastoureaux (el fray Pedro Olligen, 1320); los Armleder (John Zimberlin, 1337); y la Muerte Negra (Federico de Meissen, 1348).

¿Fascistas? No: cristianos católicos.
Pogrom de la Muerte Negra, Alemania, 1349

Como escribiera Flannery, para encontrar en la historia de los judíos un año más fatídico que 1096, habría que remontarse a mil años antes hasta la caída de Jerusalén, o a casi nueve siglos después hasta el Holocausto. Todo comenzó el 27 de noviembre del 1095 en la ya mencionada ciudad de Clermont-Ferrand, cuando durante la clausura de un concilio, el Papa Urbano II convocó una campana "para liberar Tierra Santa del infiel musulmán". Hordas de caballeros, monjes, nobles y campesinos, se lanzaron sin organización a la aventura, pero eventualmente optaron por comenzar la purga de los "infieles locales", y acometieron ferozmente contra los judíos de Lorena y Alsacia, exterminando a todos los que se negaban a bautizarse. Corrió el rumor de que el líder Godofredo había jurado no poner en marcha la cruzada hasta tanto no se vengara la crucifixión con sangre judía, y que no toleraría más la existencia de judíos.
En efecto, un común denominador de las matanzas enumeradas fue el intento de barrer a la población judía íntegra, niños incluidos. Los judíos franceses advirtieron del peligro a sus correligionarios alemanes, pero infructuosamente. A lo largo del valle del Rhin, las tropas, incentivadas por predicadores como Pedro el Ermitaño, ofrecieron a cada una de las comunidades judías la opción de la muerte o el bautismo. En Speyer, mientras los cruzados rodeaban la sinagoga, en donde se había refugiado la comunidad presa del pánico, una mujer reinició la tradición de Kidush Hashem, la aceptación voluntaria del martirio para gloria de Dios. Cientos de judíos se suicidaron y algunos aun sacrificaban primero a sus propios hijos. En Ratisbona, los cruzados sumergieron a la comunidad judía entera en el río Danubio a modo de bautismo colectivo. Las matanzas se sucedían en Treves y Neuss, en las aldeas a lo largo del Rhin y el Danubio, Worms, Mainz, Bohemia y Praga.
El fin del viaje era Jerusalén, en donde los cruzados hallaron a los judíos agolpados en sus sinagogas y procedieron a incendiarlas (1099). Los pocos sobrevivientes fueron vendidos como esclavos, algunos de los cuales fueron eventualmente redimidos por comunidades judías de Italia. Pero la comunidad judía de Jerusalén quedó destruida por un siglo. En los primeros seis meses de la Primera Cruzada aproximadamente diez mil judíos fueron asesinados, que constituían en esa época un tercio de las poblaciones judías de Alemania y el norte de Francia.
En el año 1144, los cruzados perdieron Edessa, y se temió por la suerte del Reino Latino de Jerusalén. El Papa Eugenio III convocó la Segunda Cruzada, y sus sucesores "judaizaron" la marcha. Se estipuló que no debía pagarse interés sobre el dinero que se tomara de de judíos para financiar la cruzada (nótese que desde el siglo XIII el término cruzada se aplicó a toda campana de la que la Iglesia se veía políticamente beneficiada).
En el 1146 el monje Radulph exhortó a los cruzados a vengarse en "los que crucificaron a Jesús". Centenares de judíos del Rhineland cayeron ante las hordas incitadas que los aplastaban al grito de ¡Hep, Hep! (esta consigna, que probablemente era la abreviatura del latín Jerusalén se ha perdido, fue un lema judeofóbico muy popular en Alemania, y así se denominaron los tumultos contra judíos alemanes en 1819).
Brutalidades se perpetraron en Colonia y Wuezburg en Alemania, y en Carenton y Sully en Francia. El famoso maestro Rabenu Jacob Tam fue acuchillado cinco veces en recuerdo de las heridas sufridas por Jesús. Pedro de Cluny (llamado el Venerable) solicitó que el rey de Francia castigara a los judíos por "macular el cristianismo. No debería matárselos, sino hacerlos sufrir tormentos espantosos y prepararlos para una existencia peor que la muerte". Puede verse que el pretendido celo religioso de estos judeófobos no era sino una máscara para poder descargar sus instintos más sádicos, ideológicamente justificados.
La tregua que se dio a los judíos europeos después de de las dos primeras cruzadas, fue balanceada por las persecuciones a las que los sometieron los almohades en España y Noráfrica. Pero cuando Saladino puso fin al reino cruzado en Jerusalén, una Tercera Cruzada fue lanzada, a la que se sumaron con entusiasmo el emperador de Alemania y el rey Felipe Augusto de Francia, quien ya había hecho quemar a cien judíos en Bray, como castigo por el ahorcamiento de uno de sus oficiales que había asesinado a un judío.


¿Alemanes? No: franceses y seguidores de Cristo
exterminando judíos, siglo XIV
La novedad de la Tercera Cruzada fue que repercutió más en Inglaterra, que en las dos primeras había tenido un rol menor. Las comunidades judías de Lynn, Norwich y Stamford, fueron íntegramente destruidas. En York, los judíos se refugiaron en el castillo, al que se le puso sitio, y en el que se autoinmolaron a comienzo de la Pascua hebrea.
Para los judíos, las Cruzadas pasaron a simbolizar la inveterada hostilidad del cristianismo. Trescientos rabinos emigraron en el 1211 a Eretz Israel, en la certeza de que si permanecían en Europa Occidental pocas serían sus posibilidades de sobrevivir. Y como lo rubrica Flannery "los que decidieron quedarse terminaron lamentando su decisión". Al mismo tiempo, el recuerdo de los mártires fue para los judíos una fuente de inspiración para las generaciones posteriores: Dios los había puesto a prueba y demostraron ser héroes. Su martirio fue percibido como una victoria, símbolo del pueblo entero. La mayoría de los que se convirtieron por la fuerza pudieron ulteriormente regresar al judaísmo... y terminaron siendo víctimas de las matanzas que estallaron después. En la percepción del cristiano, el judío se había transformado en el implacable enemigo de su fe.
Las Cruzadas revelaron en toda su dimensión el peligro físico en el que se hallaban los judíos, lo que resultó en dos efectos. En principio, los judíos se mudaron mudarse a ciudades fortificadas en las que serían menos vulnerables (esto puede ser una explicación parcial del carácter urbano de los judíos que fue mencionado en la segunda lección). Segundamente, se instituyó el status de "siervos de la cámara real". Los judíos compraron la protección de emperadores y reyes a un elevado precio. Se consideraba que tendrían un privilegio si se los protegía del fanatismo de las masas y de la rapacidad de los barones. Pero en poco tiempo la supuesta protección se transformó en un artificio para enriquecer la Corona.
La teología ayudaba. El Papa Inocencio III proclamó la "servidumbre perpetua de los judíos" y el jurista Enrique de Bracton (m.1268) definió que "el judío no puede tener nada de su propiedad. Todo lo que adquiere lo adquiere para el rey". Para el siglo XIII era un buen negocio poseer algunos judíos, antes de que fueran eventualmente masacrados. Y las matanzas que sucedieron a las Cruzadas probaron ser las más sombrías.
En Rottingen en 1298 un noble llamado Rindfleisch incitó a las masas, que quemaron en la hoguera a la comunidad íntegra. Luego sus Judenschachters (asesinos de judíos) atravesaron Austria y Alemania saqueando, incendiando y asesinando judíos a su paso. Ciento cuarenta comunidades fueron diezmadas; cien mil judíos asesinados.
En el 1306 el rey de Francia hizo arrestar a todos los judíos en un mismo día y les ordenó abandonar el país en el plazo de un mes. Cien mil lo hicieron y se asentaron en comarcas vecinas; nueve anos después fueron readmitidos... para ser nuevamente masacrados.
Un monje benedictino lideró a los pastoureaux (pastorcitos) en una especie de cruzada que destruyó ciento veinte comunidades. En reacción a la matanza de los pastoureaux en Castelsarrasin y otras localidades entre el 10 y el 12 de junio del 1320, el vizconde de Tolosa comandó una tropa para detener a los revoltosos, y cargó veinticuatro carros de pastoureaux, a fin de encarcelarlos en el castillo de la ciudad. Sin embargo, el populacho vino en socorro de los saqueadores y los liberó. En efecto, otra característica común de los genocidios es el grado pasmoso de apoyo campesino con el que contaban. Y como es habitual en la judeofobia, lo peor estaba por venir.
En el 1336 John Zimberlin, un iluminado que había "recibido un llamado para vengar la muerte de Cristo matando judíos" lideró a cinco mil enardecidos armados, que usaban bandas de cuero en los brazos (los Armleder) y se lanzaron al asesinato de los judíos alsacianos. En Ribeauville fueron masacrados mil quinientos. Finalmente, el 28 de agosto del 1339 se concluyó un acuerdo entre el obispo de Estrasburgo y Zimberlin, que puso fin a los desmanes.

Pogrom, Frankfurt, 22 de agosto de 1614

El séptimo genocidio mencionado en la lista fue el de la Muerte Negra. Una plaga mató a alrededor de un tercio de la población de Europa entre 1348 y 1350 (casi cien millones de personas). Las comunidades judías de Europa fueron exterminadas por el populacho enloquecido por tanta muerte. ? ¿Quién podía ser culpable de la plaga sino el archiconspirador y envenenador, el judío?
El emperador Carlos IV ofreció inmunidad a los que atacaran judíos, otorgándoles sus propiedades a los favoritos de la corte... ¡Incluso antes de que una matanza tuviera lugar! Por ejemplo, le ofreció al arzobispo de Trier los bienes de los judíos "que ya han sido muertos o lo sean en el futuro" y a un margrave de Nüremberg la elección de las casas de judíos "cuando la próxima matanza se lleve a cabo".
Debido a Hitler que superó a todos, se tiene poco en cuenta los genocidios previos. El ucraniano Bogdan Chmielnicky fue eventualmente olvidado al perder su rol de peor genocida judeofóbico. Combatió la dominación polaca de su país asesinando a más de cien mil judíos en 1648-1649, y hasta hoy es reverenciado como héroe nacional de Ucrania. Así lo describió el cronista de la época, Natan Hanover en su libro Ieven Metzula ("El fango profundo") págs. 31-32: "A algunos de los judíos les arrancaban la piel y arrojaban su cuero a los perros. A otros les cortaban las manos y los pies y arrojaban a los judíos al camino en donde eran finalmente pisoteados por caballos... Muchos eran enterrados vivos. A los infantes se los mataba en el pecho de la madre; a muchos niños se los despedazaba como pescado. Desgarraban los vientres de las mujeres preñadas, extraían a los bebés no nacidos y se los tiraban a las madres en las caras. A algunas les abrían el vientre y reemplazaban el feto con gatos vivos y las dejaban así, asegurándose primero de cortarles las manos para que las mujeres no pudieran sacarse el gato de su cuerpo... No hubo nunca en el mundo una muerte no-natural que no les infligieran".
La pregunta acerca de cuán profundo debe de ser un odio que lleve a semejantes atrocidades, tendrá respuesta parcial en la próxima clase, cuando nos refiramos a la mitología judeofóbica que las sostuvo. Pero adelantemos que tanta muerte atroz debe ser motivo de reflexión. Máximo Kahn, un intelectual judío que escapó de Alemania y se radicó en la Argentina, escribió en 1944: "La muerte de los judíos es, quizá, la más enigmática de todas las muertes; ciertamente es la más acusadora. Durante dos mil quinientos años se ha venido matando a los judíos en vez de permitir que mueran... Se empezó a matar judíos con tanto éxtasis que la muerte natural ya no les causó terror... los judíos se agarraron a la muerte natural como si fuera vida, como si fuera luz del sol, canto de pájaros, fragancia de flores o amor. Nada les pareció tan apetecible como poder morir sin huellas de homicidio en el cuerpo. Su vida se convirtió en esperar la muerte. Es de extrañar que la palabra judío no se haya vuelto sinónimo de moribundo... el judaísmo es una salud incurable".


Ni qué decir tiene que no acepto la versión idealizada que Perednik da de "los judíos", como no acepto la versión antisemita. Ya hemos explicado en nuestra bitácora parte de los motivos y seguiremos ampliando nuestra información en este sentido.

Volviendo al hilo, aunque no podemos encontrar una "orden" de la Iglesia católica mandando asesinar a los judíos, tampoco existe esa orden en el caso del nazismo. Lo cierto es que la Iglesia católica adoptó durísimas medidas contra los judíos, como las siguientes:

1/ Prohibición de matrimonios mixtos y relaciones sexuales entre cristianos y judíos, Sínodo de Elvira, año 306.
2/ Prohibición de que cristianos y judíos coman juntos, Sínodo de Elvira, año 306.
3/ No se permite a los judíos ocupar cargos públicos, Sínodo de Clermont, año 535.

4/ No se permite a los judíos emplear sirvientes ni poseer esclavos cristianos, Tercer Sínodo de Orleans, año 538.
5/ No se permite a los judíos mostrarse en público durante Semana Santa, Tercer Sínodo de Orleans, año 538.
6/ Quema del Talmud y otros libros, 12º Sínodo de Toledo, año 681.
7/ Se prohíbe a los cristianos acudir a médicos judíos. Sínodo Trullano, año 692.

8/ Se prohíbe a los cristianos convivir con los judíos en casa de éstos. Sínodo de Narbona, año 1050.
9/ Se obliga a los judíos a pagar impuestos para sostener a la Iglesia en la misma medida que los cristianos. Sínodo de Gerona, año 1078.
10/ Prohibición de trabajar en domingo. Sínodo de Szaboles, año 1092.
11/ Se prohíbe a los judíos demandar o testificar contra los cristianos en los tribunales. Tercer Concilio de Letrán, año 1179, Canon 26.
12/ Se prohíbe a los judíos  desheredar a descendientes que hubiesen adoptado el cristianismo. Tercer Concilio de Letrán, año 1179, Canon 26.
13/ Mercado de ropas judías con insignia. Cuarto Concilio de Letrán, año 1215, Canon 68 (copiado de la legislación del califa Omar II, que había decretado en el siglo VII que los cristianos llevasen cinturones azules y los judíos amarillos).
14/ Se prohibe la construcción de nuevas sinagogas. Concilio de Oxford, año 1222.
15/ Se prohibe a los cristianos asistir a ceremonias judías. Sínodo de Viena, año 1267.
16/ Se prohibe a los judíos discutir con simples cristianos sobre los principios de la religión católica. Sínodo de Viena, año 1267.
17/ Establecimiento de guetos obligatorios. Sínodo de Breslau, año 1267.
18/ Se prohíbe que los cristianos vendan o alquilen bienes inmuebles a los judíos. Sínodo de Ofen, año 1279.
19/ Se define como herejía la adopción de la religión judía por un cristiano o la vuelta de un judío bautizado a la religión judía. Sínodo de Maguncia, año 1310.
20/ Prohibida la venta o transmisión de artículos eclesiásticos a los judíos. Sínodo de Lavour, año 1368.
21/ Se prohíbe a los judíos actuar como agentes en la firma de contratos, especialmente contratos de matrimonio, entre cristianos. Concilio de Basilea, año 1434, sessio XIX.

22/ Se prohíbe a los judíos obtener títulos académicos. Concilio de Basilea, año 1434, sessio XIX.

(Fuente: Raúl Hilberg, La destrucción de los judíos europeos, Madrid, Akal, 2005, pp. 28-30).

Todas las medidas adoptadas por el  gobierno alemán durante el nacionalsocialismo entre los años 1933 y 1941 no son más que una restauración de la tradición católica europea de discriminación legal de los judíos. Y hay que decir que si dichas medidas se habían abolido en algún momento en Europa no fue a iniciativa de la Iglesia, sino como resultado de las revoluciones liberales. En consecuencia, los católicos que se consideran moralmente superiores al nazismo, deberían reflexionar un poco sobre sus ínfulas. !Que no hablen de "los nazis" como si no fuera con ellos, pues esos "nazis" eran, ante todo, antisemitas cristianos, seguidores de Cristo! El holocausto fue un pogrom.

Después de la primera fase de medidas discriminatorias, los nazis, siguiendo también el modelo tradicional europeo, se proponían expulsar a los judíos, no exterminarlos, como hemos argumentado en otro post. La historia de las deportaciones de hebreos es larga y no comienza precisamente en Alemania.

  • Francia (1182). Expulsión y confiscación de bienes ordenadas por el rey Felipe Augusto de Francia
  • Inglaterra (1290). Ordenada por Eduardo I de Inglaterra, primera gran expulsión de la Edad Media.
  • Francia (1306, 1321/ 1322 y 1394). Felipe IV de Francia ordenó la primera.
  • Austria (1421). La expulsión se produjo tras la persecución (270 judíos quemados), confiscación de bienes y conversión forzosa de los niños.
  • Castilla y Corona de Aragón (1492). Ordenada por los Reyes Católicos. En España en 1492 expulsión de los judíos de España. La medida fue acogida en Europa como un signo de modernidad, e incluso hay una felicitación de la Universidad de la Sorbona. Sicilia (1493). Ordenada por Fernando II de Aragón.
  • Lituania (1495).
  • Portugal (1496/1497). Ordenada por el rey Manuel de Portugal, bajo presión de la corona española.
  • Brandenburgo (1510). Baviera (1554).
  • Túnez (1535).
  • Reino de Nápoles (1541). Génova (1550 y 1567). Estados Pontificios (1569/1593). El Papa Pío V los expulsa de los Estados Pontificios, exceptuando los residentes en las ciudades de Roma y Ancona: «Hebraeorum Gens», 26-11-1569.
Los fundamentos teológicos de la discriminación, persecución y deportación de los judíos se encuentran en los Evangelios y han sido ampliamente argumentados por la patrística (Tertuliano, Juan Crisóstomo, Agustín de Hipona, Melitón de Sardes). Se puede acreditar toda una literatura cristiana, un género literario cabría decir, denominado Adversus Judaeos (contra los judíos), que ha educado a Europa en el antisemitismo y ha generado el exterminio sin esperar a los "malvados nazis". Los papas, en sus bulas, otorgaron estatus canónico a estas reflexiones doctrinales cuyas raíces apuntan nada menos que al Evangelio de San Juan, como ya tuvimos ocasión de comprobar en otro post de esta serie.

Etsi non displiceat (1205, Inocencio III) requiere del rey terminar con las "maldades" de los judíos; In generali concilio (1218, Honorio III) exige que los judíos usen ropa especial; Si vera sunt (1239) resultó en la frecuente quema de libros sagrados judíos; Vineam soreth (1278, Nicolás III) establecía la selección de hombres capacitados para predicar el cristianismo a los judíos; Sancta mater ecclesia (1584, Gregorio XIII) exigía a los judíos de Roma enviar cada sábado cien hombres y cincuenta mujeres para escuchar sermones conversionistas en la iglesia; Cum nimis absurdum (1555, Pablo IV) limitaba las actividades de los judíos y prohibía su contacto con los cristianos; Hebraeorum gens (1569, Pío) acusaba a los judíos de magia y otros males, y ordenaba su expulsión de casi todos los territorios papales; Vices eius nos (1577, Gregorio XIII) demandaba que los judíos de Roma y otros estados papales que enviaran enviar delegaciones a la iglesia (op. cit., Perednik, G.).

Los pógromos, aunque no fueran decretados por las autoridades, eran la consecuencia lógica e inevitable de la doctrina cristiana sobre los judíos. Las diferencias en la magnitud numérica de la victimización se compensan si ponderamos el hecho de que la población judía y europea en general era mucho menor en la Edad Media que en la modernidad. Ahora bien, los porcentajes son los mismos que las del supuesto holocausto (versión oficial), siendo así que después de los genocidios que acompañan a las primeras cruzadas, 1/3 de la población hebrea ha sido exterminada. Y sin atenuantes, todo a cuenta de la locura sagrada, del anatema judío vuelto del revés. En el caso de la Alemania nazi, nos encontramos con un país sumergido en una guerra total, bajo amenaza de un plan de exterminio hecho público por Theodore N. Kaufman, puesto en práctica a partir del año 1941 y consumado en 1945 (plan Morgenthau). El proyecto nacionalsocialista inicial de expulsión (Conferencia de Wansee) se convierte así, bajo los bombardeos crematorios ingleses, en un pogrom que no necesita de las órdenes estatales para desencadenarse. Se mata a "los judíos" en los campos de la misma manera que se los acuchillaba en la Edad Media. Detéctanse, para quien quiera o se atreva a pensar, unas "causas lejanas" y unas "causas cercanas" de lo que sucede en Alemania entre los años 1942 y 1944. Pero el carácter "fascista", léase: neopagano, ateo, nietzscheano, del régimen hitleriano es quizá el más irrelevante de los factores explicativos; su componente cristiano se lleva la palma.


Jaume Farrerons
Figueres (La Marca Hispànica), 4 de abril de 2011

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